La muestra, enmarcada en los actos de La Valeta como Capital Europea de la Cultura 2018, se inscribe en el programa cultural Picasso-Mediterranean, liderado por el Musée national Picasso-París, una iniciativa para la que se han reunido cerca de sesenta instituciones culturales, entre las que están el Museo Reina Sofía, la Fondation Van Gogh de Arlés, Los Museos de Marsella, el Museo Capodimonte di Napoli o la Fondazione Musei Civici di Venezia, con el objetivo de homenajear la figura del artista malagueño explorando sus creaciones y los lugares que le inspiraron, ofreciendo una experiencia cultural original y fortaleciendo los lazos mediterráneos.

Si Pablo Picasso fundó el cubismo, precursor del resto de los movimientos de vanguardia, Joan Miró participó en el desarrollo del surrealismo como uno de sus más importantes protagonistas. Pero más allá de todas las grandes corrientes y movimientos, ambos supieron configurar un universo propio que los individualiza dentro de la Historia del Arte y los ubica en el epicentro de las vanguardias como sujetos independientes. Y es dentro de esta independencia y singularidad donde se convierten en referencia para otros artistas y en protagonistas de la renovación del arte: Picasso a través de la línea y del dibujo y Miró con el uso del color y su intensidad.

30227004_2072652669683726_4111428667538669568_oEstos dos aspectos son los que más destacan en las obras elegidas para este encuentro. En las estampas de la Suite Vollard, Picasso no utiliza color. Los contrastes entre el negro y el blanco le permiten consolidar su retorno a un dibujo más clásico y a un mundo más reflexivo. Por otra parte, la colección de pinturas de Miró hacen ver el entusiasmo que sentía por el color.

La primera parte del recorrido reúne los 100 grabados que constituyen la Suite Vollard, realizadas por Picasso entre el 13 de septiembre de 1930 y marzo de 1937 por encargo del marchante de arte y editor Ambroise Vollard. El recorrido continúa con una selección de 44 pinturas de Joan Miró centradas en su producción de los años 1960 y 1970, que no sólo muestran al artista más maduro y en plena posesión de todos los recursos de su oficio sino que, y sobre todo, hace ver su pasión por el color como elemento expresivo y como verdadero sustento y materia de la pintura.

En la última parte de la muestra se recoge una serie de piezas que se entienden mejor si se recuerda la célebre frase según la cual Miró quería «asesinar la pintura». Este asesinato tiene un doble sentido. Por un lado, los materiales de deshecho, las tablillas, las resinas y los pegotes de pintura se convierten en protagonistas. Por otro interviene sobre obras de pintores desconocidos: compra obras encontradas en mercados populares sobre las que pinta, con un resultado que es una mezcla de ambos artistas.

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