El Palacio alberga los cinco espacios que componen la muestra, cada uno identificado con un color: Yuxtaposiciones maravillosas, Deseo: musa y abuso, El automatismo y su evolución, Biomorfismo y Metamorfosis, e Ilusión y paisaje onírico. No se ha optado por una distribución cronológica o por autor, como es habitual, sino que se ha tratado de bucear en las alucinaciones como necesidad humana y espejos de la realidad, como señala Ido Bruno, director del Museo de Jerusalén.
De este Museo provienen las 180 obras que ahora pueden contemplarse en Madrid. La institución debe su rico patrimonio primero y principalmente al académico, poeta y marchante de arte milanés Arturo Schwarz, quien le donó en 1965 más de 800 obras. Entre las obras presentes, obras maestras como El castillo de los Pirineos (1959) de Magritte, Ensayo surrealista (1934) de Dalí y Main Ray (1935) de Man Ray.
André Breton hacía referencia al dadaísmo y surrealismo como «dos olas que se cubren la una a la otra», de ahí que se incluyan ambos movimientos en la curiosa arquitectura del Palacio de Gaviria. El montaje es obra del arquitecto Óscar Tusquets Blanca, que con motivo de la muestra ha reconstruido la famosísima Sala Mae West de Dalí y la instalación 1200 sacos de carbón ideada por Duchamp para la Exposition Internationale du Surréalisme de 1938. Su comisaria, Adina Kamien-Kazhdan, enfatiza que «en esta corriente lo importante es el proceso conceptual, la idea, la búsqueda de métodos para escapar de la acción consciente y que promueven la estimulación creadora».
Desde la sensualidad de las obras de Man Ray en los años 20 y 30, obras de Marcel Jean, Marcel Duchamp, Bellmer, fotomontajes de Paul Éluard, los preparativos de obras de Dalí o piezas de Ducasse. «El dadaísmo y el surrealismo aportaron innovaciones como los juegos de género, la concepción ajedrecística de Duchamp, la impronta del azar, la naturaleza onírica de Tanguy o la metafísica de Chirico. Como digo a mis alumnos, la colectividad como concepción artística da mayores resultados creativos», recuerda Kamien-Kazhdan.
Como línea transversal se halla la introspección y la terapia, las grietas por las que se cuela la visión del surrealismo. En El Castillo de los Pirineos de Magritte se puede percibir otra de las características del movimiento, el avance impetuoso contra la ley de la lógica. La provocación sigue presente a través de estas obras.
Desafío frente a la tradición
Dada y surrealismo se encuentran entre los movimientos más significativos de nuestra era. En su momento supusieron un desafío ante la tradición, introduciendo los materiales y las estrategias visuales que transformarían el vocabulario del arte. Esta muestra refleja la convicción de que ambos fueron movimientos ideológicos e intelectuales de carácter universal, que traspasaron fronteras y que redefinieron las formas de ser y de percibir el mundo.