Grau-Garriga nació en Sant Cugat del Vallès en el seno de una familia de campesinos. En este entorno ligado a la tierra y en la influencia de la pintura mural románica es donde descubriría su vocación. En 1957 viajó a Francia y conoció a Jean Lurçat, el maestro del arte textil. Con él adquirió las técnicas del tapiz que aplicó en su taller de Sant Cugat, además de entrar en contacto con artistas informalistas europeos como Fautrier, Dubuffet o Burri.
Esta influencia llevará a Grau-Garriga a superar el concepto pictórico por medio de un procedimiento de creación plástica que expresara sus pensamientos a través de la materia misma: «Me di cuenta de que podía pensar y ejecutar un tapiz sirviéndome de cualquier tipo de cordel que en un momento dado estuviera a mi alcance y cuya presencia en el tramado textil considerara necesaria y eficaz».
Entre 1959 y 1969, con apenas 30 años, el artista inicia un proceso de investigación donde de forma gradual pasará de la figuración a una abstracción total. Abandona el patrón del alto lizo para empezar a manipular las fibras como un escultor. Sus tapices, cada vez más complejos, emplean de forma desbordante yute, cuerda, lana, sisal, cáñamo, metal… y al final de su vida se desarolla como collage de vestidos sobre el propio tapiz, como en Cada Día (1992).