Existe cierto orden en los centenares de pequeños objetos que Camet dispone a lo ancho y alto de la pared de la galería. A través de formas y colores, el espectador descubre paisajes y mundos, comunidades minúsculas con una causa común e incluso objetos que parecen marchar en fila, dando lugar a un entramado complejo donde la autonomía de cada pieza se difumina entre la ‘masa’.
Patricia Camet las define como retratos, imágenes deformadas, desfiguradas y distorsionadas, pero sobre todo retratos. Se reconoce en ellas expresiones antropomorfas, resultado de intervenciones realizadas por la propia artista con el objeto de resaltar una expresión o mueca.
Cada una de las piezas resultan de un trabajo previo de colección, selección y producción propia de la artista a partir de objetos sobrevivientes de nuestra vida diaria, y causantes de cada vez más problemas ecológicos. Pertenecen a lo que se conoce como desechos, y se tratan en su mayoría de envases no reciclables y de objetos presentes en cualquier supermercado como el envoltorio de unas tijeras, el envase de una máquina de afeitar o una bandeja de huevos.