A partir de que el Museo adquiriera la Virgen del Jilguero, pieza clave de la producción religiosa de Tegeo y una de las más depuradas de toda su producción, la institución puso en marcha la recuperación de la figura de este pintor, poco conocido y estudiado, a pesar de la importancia de su papel en la escena de su tiempo.
El Museo Nacional del Prado, las colecciones reales de Patrimonio Nacional, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y algunas destacadas colecciones privadas españolas y extranjeras han prestado sus obras para reconstruir la vida de un artista singular, a veces no bien entendido, y cuya leyenda ha sustituido la ausencia de una monografía que recorriera con precisión su vida y obra.
La muestra, además de la habitual sala de exposiciones del Museo, ocupa, en forma de recorrido, los puntos principales de sus espacios, lo que ofrece al visitante la oportunidad de confrontar las pinturas de este maestro con las obras de otros mejor conocidos.
De Murcia a Roma
Tegeo llevó a cabo su primera formación artística en Murcia, trasladándose después a Madrid para estudiar en la Real Academia de Bellas Artes. Allí se educó en la pintura neoclásica de la mano del alicantino José Aparicio. Trabajó, además, ayudando a Fernando Brambilla, italiano afincado en España y pintor de cámara del rey Fernando VII. De esta forma se familiarizó con la pintura decorativa y de paisaje, temáticas que serían fundamentales para sus obras posteriores.
En 1824 viajó a Roma por su cuenta, donde permaneció hasta 1828. Estos años le reportaron influencias de los grandes maestros del Cinquecento, así como las vías del Neoclasicismo tardío italiano. De este periodo es la Virgen del Jilguero.
A su vuelta a España en 1828 fue nombrado miembro honorario de la Real Academia de San Fernando, en la que ostentó distintos cargos a lo largo de su carrera. Con motivo de su ingreso realizó una de sus primeras grandes obras de carácter mitológico: Hércules y Anteo.
Esplendor y olvido
Los años 30 del siglo XIX fueron los de esplendor, en los que realizaría decoraciones para el Casino de la Reina y el Palacio Real de Madrid. En estos mismos años recibe importantes encargos del infante Sebastián Gabriel, para el que realiza varias obras, tanto religiosas como mitológicas.
Al mismo tiempo, Tegeo se impuso como uno de los retratistas de mayor fama en la imperante sociedad burguesa del romanticismo español. Con una concepción capaz de integrar la tradición dieciochesca, sus retratos al aire libre fueron sin duda los más apreciados.
En 1846 fue nombrado pintor de cámara de la reina Isabel II. A su servicio retomó su actividad como pintor de composiciones históricas. Para su esposo realizó una de sus obras más destacadas, el Episodio de la conquista de Málaga. Esta obra, redescubierta en 1992 y que no se ha vuelto a mostrar al público desde entonces, protagoniza junto con el resto de los hitos del artista dentro de ese género, una sala consagrada a la pintura de Historia, que recorre toda su trayectoria.
Famoso en su tiempo, Tegeo fue la víctima perfecta, durante los años siguientes, de los prejuicios del gusto de historiadores del arte y coleccionistas, que relegaron su figura hasta caer en el olvido.