La exposición, que tiene como figuras de referencia a Chagall y Malévich, presenta la obra de otros veintisiete artistas, entre los que están Natalia Goncharova, Liubov Popova, El Lisitski, Vassily Kandinsky o Alexandr Ródchenko. Además destaca la presencia de un importante número de mujeres artistas, cuyo trabajo resultó fundamental en el desarrollo de las vanguardias previo y posterior a la Revolución de Octubre, en una experiencia de feminización de las artes que tardaría años en repetirse.
Comisariada por Jean-Louis Prat, presidente del Comité Marc Chagall y ex director de la Fundación Marguerite y Aimé Maeght, la muestra se inicia con las reacciones contra el academicismo burgués, cuando el nuevo clasicismo y el neoprimitivismo nacen como movimientos nacionales que combinan el renovado interés en las formas tradicionales del arte popular ruso con las técnicas pictóricas del posimpresionismo.
Las diferencias entre los dos creadores que enmarcan la exposición se señalan mediante una serie de obras de Malévich en diálogo con otras de Chagall. Mientras el primero se fija en imágenes típicas del campesinado ruso, Chagall aprende del lenguaje visual del fauvismo y del cubismo para aplicarlo de forma personal a temas locales relacionados con Vítebsk, su ciudad de origen, y con las comunidades judías de Europa del este tal y como se puede ver en los bocetos para la decoración del Teatro Judío de Moscú.
De rural a urbano
La imagen rural se vuelve urbana en la siguiente sección, dedicada al cubofuturismo y al rayonismo. Artistas como Liubov Popova o Natalia Goncharova combinan los distintos puntos de vista del cubismo francés con la energía y el enfoque urbano del futurismo italiano. El rayonismo, desarrollado principalmente por Mijaíl Larionov, descompone el tema en formas de líneas oblicuas, en rayos de luz de diferentes tonalidades que tratan de reflejar la energía contenida de los objetos. Así se abre el camino a una de las aportaciones fundamentales de la vanguardia rusa al arte moderno: la apuesta por las formas más radicales de la abstracción, desde su vertiente más lírica y colorista de Kandinsky a la geometría de Liubov Popova que se integran en la sección “Camino a la abstracción”.
El suprematismo fue una forma de arte no figurativo que buscaba la pura sensibilidad a través de la abstracción geométrica, un avance de enorme influencia para el arte posterior. En la muestra se reúne el célebre tríptico de Malévich formado por Cuadrado negro, Cruz negra y Círculo negro, junto a una selección de sus Arquitectones, esculturas que ejercerán un gran influjo sobre el movimiento moderno en la arquitectura.
Si bien en sus inicios el constructivismo se vio muy influido por el suprematismo, Malévich pronto se alejó de este movimiento y de su contenido espiritual en favor de un arte más funcional. Los constructivistas reclamaron así la eliminación de la pintura de caballete, en favor de un arte de producción. En este sentido la obra Composición, 1918, de Alexander Ródchenko o los contrarrelieves de Baránov-Rossiné son ejemplos destacados de esta tendencia.
El totalitarismo
El recorrido continúa con la llamada Escuela de Matiushin, que debe su nombre al pintor y compositor Mijaíl Matiushin, que busca, al igual que ya había intuido el cubismo, trascender la tridimensionalidad para alcanzar la cuarta dimensión. Movimiento en el espacio (ca. 1921) plantea un estudio dinámico del movimiento y del color que resulta completamente abstracto, mientras que la pintura Movimiento de una forma orgánica (1919) de Borís Ender muestra una variedad vibrante y acelerada de formas de la naturaleza ligeramente caótica.
Con la llegada al poder de Stalin y del totalitarismo, el mundo al que la vanguardia artística aspiraba se desvanece. El realismo socialista, que cobrará fuerza como arte de Estado en los años treinta, ofrece imágenes de lectura fácil de la vida soviética. La última sección de la exposición muestra las reacciones, entre el escepticismo y la desesperanza, de dos artistas ante este hecho. Por un lado, Malévich, después de haber creado uno de los movimientos artísticos más radicales, el suprematismo, dirige su trayectoria hacia la figuración como muestra Deportistas (1930-1931). Por otro, Pavel Filónov plantea composiciones complejas que, a pesar de su aspecto caótico, desvelan, como es el caso de Cabeza (1925-1926), figuras que remiten a los iconos ortodoxos.
De Chagall a Malévich: el arte en revolución se complementa con 24 publicaciones del periodo que muestran cómo las vanguardias rusas, que buscaban su aplicación a todos los ámbitos de la vida, establecieron un fértil diálogo con la literatura y el diseño editorial.
La exposición, producida por Fundación MAPFRE en colaboración con el Grimaldi Forum Monaco, ha sido posible gracias a los préstamos de instituciones como el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, la Galería Estatal Tretiakov de Moscú o el Museo Estatal de Nizni Nóvgorod, entre otras.