Las fotografías fueron adquiridas por el Museo en 2011 y 2018 y se presentan en esta primera exposición monográfica de la fotógrafa británica Jane Clifford. Su comisario, Mario Fernández, subraya que estas imágenes “pertenecen al proyecto más extenso de documentación de obras de arte que hace una mujer en España en el siglo XIX”. Además, las investigaciones realizadas han revelado que Clifford fue la primera mujer admitida en la Sociedad Francesa de Fotografía, en 1856.

Rafael Levenfeld, director artístico del Museo, subraya la singularidad de estas piezas, pues “la fotografía se había presentado en 1839 con elementos muy toscos todavía y aquí podemos contemplar estas imágenes realizadas en 1863 que eran objetos de alta tecnología para la época”.

El proyecto fotográfico que realizó la autora, explica el comisario, nace de la necesidad que surge en el siglo XIX de documentar obras de arte como forma de difundirlas. “El proyecto se desencadena porque Sir John Charles Robinson, conservador del Museo de South Kensington de Londres, el actual Victoria & Albert, quiere conseguir imágenes de obras de arte relevantes. Primero reunió las fotografías de la colección hermana del Tesoro del Delfín que se conservan en el Louvre. Para completarlo encargó realizar las del Tesoro del Prado y es Jane Clifford la que lo lleva a cabo”.

JANE CLIFFORD. EL TESORO DEL DELFÍN.

Jane acababa de quedar a cargo del estudio de su marido recién fallecido, el fotógrafo Charles Clifford, establecido en Madrid desde 1850. Para llevar a cabo el encargo, tuvo que hacer frente a distintos retos, derivados del estado de desarrollo de la fotografía en la época. “Técnicamente son complicadas. La técnica del colodión húmedo exigía emulsionar el negativo en el momento y con el colodión todavía húmedo, tomar la fotografía, sacarla rápidamente y fijar el negativo antes de que se secase”, detalla Fernández.

Para lograr la luz necesaria incluso tuvo que sacar algunas piezas al exterior, tal como revelan las sombras duras que pueden verse en algunas o los reflejos de la calle en otras. Además apunta que “las copias de las fotografías se hicieron para venderlas por suscripción y la producción fue amplia”. A pesar de ser la autora de las imágenes, no están firmadas, sino que empleaba el sello comercial en su esposo.

Paralelamente, Jane Clifford participó en los proyectos editoriales de difusión de los monumentos y obras de arte España. “Hay un proyecto muy importante de difusión del patrimonio que empieza a mediados de 1850 hasta los 80, donde las imágenes de ese patrimonio que se quiere difundir son grabados, litografías… El primer proyecto de calidad que incluye fotografías lo lleva a cabo también Jane Clifford, utilizando las fotografías que su marido había hecho, por ejemplo, en los viajes de Isabel II”.

Como complemento a la obra de Clifford se reúnen en la exposición cuatro fotografías de Jean Laurent, quien quince años después, en 1878, llevó a cabo otro proyecto de documentación del Tesoro. En ellas se puede apreciar la evolución de la técnica fotográfica en ese periodo.

Vasos ricos

El Tesoro del Delfín está formado por un conjunto de los tradicionalmente llamados «vasos ricos» que perteneció al Gran Delfín Luis de Francia (1661-1711) y que, tras su fallecimiento, heredó su hijo Felipe V (1683-1746), primer Borbón español. Se trata de una colección única en España, equiparable a otros grandes tesoros dinásticos europeos tanto por su calidad como por su valor intrínseco y su belleza, además de ser un importante ejemplo del coleccionismo europeo de artes suntuarias en los siglos XVI y XVII, imagen también del poder y prestigio regios.

El Tesoro reúne ejemplares de gran variedad de procedencias y distintas épocas. Cuenta con piezas antiguas y medievales, aunque predominan las ejecutadas durante los siglos XVI y XVII, muchas de estas últimas en la corte de París. A lo largo del tiempo, algunos vasos fueron modificados y en ocasiones se recombinaron sus elementos, creando otros nuevos, compuestos por piezas de varias épocas y lugares.

En el Renacimiento, la rareza de los materiales empleados en este tipo de creaciones conceptualmente complejas y la destreza técnica que implicaba su factura y decoración explican que fueran enormemente apreciadas, a veces por encima de otras obras de arte como pinturas o esculturas, actualmente mejor valoradas.

Muestra del precio que alcanzaba este tipo de obras, es el hecho de que en el inventario realizado tras el fallecimiento de Felipe II, algunos vasos de cristal de roca, que podrían estar cercanos a los de este conjunto, se tasaron muy por encima de célebres pinturas de Tiziano, Sánchez Coello o el Bosco.