«En 1905 –recuerda el comisario–, un joven Juan Botas Ghirlanda (1882-1917) enviaba desde Roma al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife su cuadro Golfo de Capri. Esta era una de las pinturas que debía presentar como contraprestación por el pensionado que le había otorgado la ciudad para ampliar estudios en Italia. A falta aún de un museo de bellas artes se decidió que el lugar idóneo para exponerlo era el escaparate de la tienda Carlos Büchler y Cía. De este modo, la turbadora vista de Capri se mezclaba con las mercancías que quedaban así bañadas por una crepuscular luz europea. Como metáfora de un Santa Cruz entregado al import-export como principal medio de vida, se impone una pregunta: cuando usamos el calificativo europeo: ¿En qué sentido lo hacemos?, ¿Se alude a un origen geográfico que es en sí difuso? o ¿entendemos además que el término otorga un valor cualitativo a lo adjetivado?».
Se pueden encontrar numerosos estudios sobre el modo en que la imagen de Canarias ha sido construida de modo cambiante por militares, literatos, científicos, cartógrafos y artistas europeos desde el siglo XV. A ellos pueden sumarse, además, las numerosas investigaciones sobre las menciones al archipiélago en obras europeas de la más variada índole. En contraste son escasas las ocasiones en que en las islas se recapitula sobre el hecho de que si la mirada europea encapsula Canarias, las islas también encapsulan lo europeo en su imaginario.
Europa quizá no sea más que una discutible representación cartográfica porque, como señala Peter Sloterdijk, “no han sido sólo los intelectuales del viejo mundo los que, desde ya algún tiempo, se han puesto de acuerdo en manifestar que Europa es un enigma sin solución, un problema indefinible e hipercomplejo, una obra de arte global de pura desmembración…”, pero, sin embargo, para las élites ultramarinas, Europa sí parece cobrar un sentido unitario como estado mental, una especie de Parnaso de orden y buen gusto aspiracional en el que habitarían sus iguales.
Ordenamiento estético
Esta exposición se centra en desgranar la implantación de un “ordenamiento estético” como herramienta de control social en un juego entre aquello que parece y no parece europeo. Se asoma así a la manipulación de imágenes fragmentadas que acaban por configurar una jerarquización del conocimiento que planea sobre intereses económicos y de clase.
Como recuerda Gilberto González, fue un francés, Sabino Berthelot, en colaboración con un británico, Philip Parker Webb, quien inoculó la concepción de paisaje como una nueva forma de leer el territorio entre las élites canarias del XIX. Surgía así entre los grupos dirigentes locales una nueva percepción y una conciencia de lo que les circundaba.
Pero, paradójicamente, también permitía un cierto extrañamiento. Se generaba de esto modo una nueva posición ante el territorio del que ya no son sino observadores distantes frente a otras realidades que de forma paralela ocurren a esos “otros” que también habitan las islas. Se ahonda así en la brecha entre lo que entendemos como alta cultura y cultura popular y al igual entonces que la luz de Capri “iluminaba” las mercancías, ese nuevo modo de mirar acaba por iluminar también las formas de institucionalizarse como hijuelas de lo europeo.
De este modo, la obra de Botas, Óscar Domínguez, Álvaro Fariña, Manuel González Méndez y Juan Ismael, presentes en esta exposición con obras provenientes de la Colección TEA, Museo Municipal de Bellas Artes y Fundación CajaCanarias, se explican principalmente en función del viaje a Europa y su aceptación, parcial, momentánea o total en ese Parnaso europeo, ensombreciendo así cualquier otra lectura. Sin embargo, cuando el turismo irrumpe de forma generalizada, y se vuelve un viaje de doble sentido, cuando ya no es un privilegio y las incipientes y a la vez menguantes clases medias de uno y otro lado se ponen frente al espejo, se acaba por fragmentar la imagen única y exótica de Europa que acaba por volver a ser una mujer fenicia secuestrada por un dios en una isla perdida.