Cuando en mayo de 1961 Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza (1921-2002) adquirió Joven pareja, una acuarela de Emil Nolde, iniciaba un cambio de rumbo en el coleccionismo de la saga Thyssen. Si durante el periodo de entreguerras su padre, Heinrich Thyssen (1875-1947), había reunido una extraordinaria colección de maestros antiguos, entre los años setenta y noventa del pasado siglo él desarrolló una intensa actividad coleccionista de los principales movimientos artísticos del siglo XX, entre los que el expresionismo ocuparía un lugar primordial.
En 1993, el Estado español adquirió la mayor parte de la Colección Thyssen y una significativa selección de obras del expresionismo alemán pasó a pertenecer al Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, un arte hasta entonces inexistente en las colecciones españolas. La exposición reúne, por primera vez en décadas, estas obras con el conjunto de pinturas expresionistas que quedó en manos de su mujer, Carmen Thyssen-Bornemisza, y de sus hijos.
Visión renovada
Comisariada por Paloma Alarcó, jefa de Pintura Moderna del museo, la muestra cambia la habitual distribución cronológica del expresionismo en las salas para ofrecer una visión renovada que se articula alrededor de tres conceptos: el proceso de creación de las pinturas, su temprana recepción por parte de la crítica y el público, hasta su denigración por el régimen nazi y su ulterior rehabilitación en la posguerra, y por último, la relación del barón con sus marchantes y los proyectos expositivos que organizó para difundir su colección en el contexto internacional.
A lo largo del año están previstas otras reinstalaciones y presentaciones temáticas de la colección del barón, como las de pintura estadounidense o una selección de obras del depósito de la Colección Thyssen en el Museo Nacional de Arte de Catalunya, ambas programadas para el otoño, o un conjunto de esculturas, pinturas y piezas de orfebrería adquiridas por el barón y actualmente en las colecciones de la familia, que podrá verse desde la primavera.
En palabras del barón
«Fue a principios de los años sesenta cuando compré mi primera obra de un expresionista alemán. Se trataba de una acuarela de Emil Nolde de hacia 1931-1935 que mostraba a una pareja joven. Me llamó inmediatamente la atención su audaz gama de colores y la atmósfera tan particular que emanaba de ella».
«Yo sentía en este arte un espíritu distinto, un espíritu de libertad que rompía totalmente con la tradición académica».
«El hecho de que estos artistas habían sido oprimidos por el régimen nacionalsocialista y arte etiquetado oficialmente como degenerado fue para mí un aliciente adicional para coleccionarlos».
«Ketterer me guio en mi descubrimiento del expresionismo. Kirchner se convirtió en mi artista favorito y Ketterer era el albacea de Kirchner, así que yo estaba cerca de la fuente. Cuando Ketterer necesitaba dinero, me ofrecía venderme algo de su propia colección. Yo siempre elegía una de las mejores piezas, y él se resistía… me decía que cada vez le dolía como perder una parte de sí mismo».
«Durante años había intentado sin éxito encontrar en el mercado una obra importante de Franz Marc. Finalmente, mi insistencia se vio recompensada cuando pude comprarle El sueño, de 1913, a Leonard Hutton en Nueva York. Hutton es otro marchante al que debemos elogiar por conceder a los expresionistas alemanes el lugar que merecen».
«Empecé a pensar que, si los primeros años del siglo XX habían producido tantas cosas importantes en la ciencia, en la técnica y en otros campos, el arte de esa época tenía que ser también interesante. (…) Mi actitud hacia el arte moderno ha cambiado desde entonces. El contacto entre espectador y objeto es totalmente distinto del que sucedía con el arte anterior. Uno se siente bombardeado por efectos que producen una estimulación nerviosa similar a la de la música moderna. Además, el arte moderno permite al espectador más posibilidades de interpretación que estimulan una sensación de mayor libertad».