Miguel Gila Cuesta fue, entre otras cosas, humorista, actor y dibujante de viñetas. De origen humilde, él mismo contaba que niño no había tenido acceso a la cultura y eso le despertó un ansia voraz de aprender, de leer… Quizá gracias a su experiencia vital supo transformar las tristes realidades que le tocó vivir en un absurdo de carcajada y recontar su vida como quiso.
Antes de actuar en los escenarios que le dieron la fama, Gila ya era conocido por sus intervenciones en la radio. Creó programas de humor y también de crítica, como la Vieja Chismosa, o dirigidos a los niños como Radio Cocoliche. En Zamora, donde empezó en el medio, radió partidos de fútbol, obras de teatro y puso cientos de discos dedicados. Sus programas de humor tuvieron un gran éxito. Un humor nuevo que el público aplaudía a rabiar.
Humor gráfico
La importancia de su obra gráfica ha quedado en cierto modo eclipsada por su popularidad como monologuista y, sin embargo, constituye otra de sus grandes aportaciones.
En 1940 publicó su primera viñeta en una revista llamada Domingo, después le siguieron publicaciones como Imperio, Flechas y Pelayos y el semanario Cucú. Pero su gran oportunidad llegó con su trabajo en La Codorniz, el vehículo a través del cual empezó a ser conocido. Más tarde publicó en otra gran revista, Hermano Lobo. En su periplo americano fundó también la revista La Gallina y en España, junto con otros humoristas, D. José.
Sus viñetas de personajes de grandes narices entremezclan el humor con la crítica, en ocasiones a través de mensajes sutiles, en otras brutales y directos en los que la sorpresa golpea en forma de un humor descarnado y repleto de denuncia. La inspiración le venía, según sus palabras, de aquello que veía a diario en la calle: niños, borricos, señoras con sombrero, señoras sin sombrero, ancianos, mendigos…
Monólogos
Pero la actividad principal de Gila, aquella por la que el gran público le recuerda, son sus monólogos. Relatos del absurdo en los que “contaba cosas”, como él decía, y quienes le escuchaban reían ante las ocurrencias de aquel personaje que a veces aparecía vestido de soldado o con boina y casi siempre con una camisa roja y con un compañero inseparable: un teléfono.
Según Gila, el germen de sus actuaciones se encontraba ya en las actuaciones que improvisaba para entretener a sus hermanos. Pero la primera vez que subió a un escenario fue en 1950, en un espectáculo organizado por Radio Zamora. Viendo el éxito obtenido comenzó a pensar que quizá ahí estaba el futuro que buscaba.
Un año más tarde actuó en Madrid. Hay varias versiones sobre su debut, lo que se sabe a ciencia cierta es que ocurrió en el Teatro Fontalba en 1951 y que Gila, vestido de soldado del 14, salió al escenario por la concha del apuntador preguntando si aquella era la salida del metro de Goya. Aunque el éxito fue rotundo tuvo que esperar a una segunda actuación improvisada, esta vez en la sala de fiestas Pavillón, para conseguir el contrato soñado y el despegue definitivo de su carrera en los escenarios.
Su primer repertorio constaba de tres monólogos: el de la guerra, uno el que contaba sus experiencias como gánster en Chicago en la banda de Al Capone y el más novedoso y surrealista, la historia de su vida: “Cuando yo nací mi madre no estaba en casa”. Fue el comienzo de un humor nuevo y genial. “Me habéis matao al hijo, pero me he reído…”. Hizo creíble el absurdo, el humor del disparate. Pero como él mismo puntualizaba, ese disparate debía tener cierta lógica, había que hacer creíble la locura, ese era el único límite que había que ponerse a la hora de escribir.
Crítica
Había nacido un humor nuevo que se movía en el límite de la realidad y el absurdo. Pero en sus monólogos también despuntaba la crítica contra la pobreza, la desigualdad, el maltrato animal o, por supuesto, contra la guerra, que se refleja absurda y ridícula.
En un principio actuaba solo, de pie delante de un micrófono, pero él mismo reconocía que le resultaba incómodo ese modo estático de interpretar. Tuvo alguna que otra pareja artística, alguna muy destacada, pero en realidad se veía actuando solo. Sin embargo, también necesitaba que alguien le diera la réplica para romper aquel hieratismo que tanto le disgustaba.
Después de muchas vueltas, finalmente surgió la idea del teléfono, un compañero silencioso que le permitió enriquecer y llenar de matices sus palabras. Basándose en las llamadas no solo reescribió los que ya tenía en su repertorio, sino que pudo crear otros muchos “simplemente” marcando un número y comenzando una conversación que podía derivar en cualquier situación absurda que provocaba la carcajada del espectador.
Además el hecho de simular una conversación le permitía resolver qué hacer mientras el público reía. Gila simulaba entonces escuchar atentamente aquello que le decían desde el otro lado de la línea. El teléfono fue el gran hallazgo, reconocía Gila en sus memorias.
También escritor
Gila también fue escritor. Es lógico puesto que escribía sus propios monólogos. Pero va más allá. Fue autor teatral en obras como Tengo momia formal, Abierto por defunción, Yo encogí la libertad… y otras muchas que recorrieron los escenarios, tanto para su propia compañía como para otras.
También existe lo que podríamos llamar un Gila “serio”. Su obra teatral La Pirueta, estrenada en Barcelona y escrita con su mujer, Dolores Cabo, causó una honda impresión al ser desasosegante, desilusionante, tan lejana a su humor del absurdo.
Y queda un Gila poeta. Algo más de un año antes de morir anunció su intención de publicar sus poemas, aquellos que llevaba escribiendo toda su vida y que en raras ocasiones enseñaba. Este proyecto, de título Chapuzas, no llegó a llevarse a cabo.
Publicidad
En sus monólogos podemos descubrir obviamente al Gila actor. Y es que llegó a trabajar en 35 películas, bien como protagonista bien como secundario de lujo. Sin embargo, otra de sus aportaciones relevantes fue en el mundo de la publicidad. Anunció pasta de dientes Profidén y protagonizó toda una serie de anuncios para Filomatic.
Luis Bassat, encargado de la publicidad de Filomatic, le propuso hacer una campaña de la marca para televisión. Gila colaboró activamente y planteó diversas ideas que supusieron toda una innovación en la época. Los anuncios protagonizados por él fueron determinantes en la popularidad de la marca. Otro hito fueron los anuncios, también para televisión, de Agni, una marca de electrodomésticos. Gila los resolvió utilizando sus famosos dibujos y de nuevo su coletilla se hizo famosa: “Moraleja, compre una Agni y tire la vieja”.