En el contexto de la renovación iniciada por Chillida y Oteiza, sobre todo en sus inicios, Mendiburu fue capaz de crear una obra con intereses y procedimientos distintivos que tuvo en la madera su materia primordial y en la cultura autóctona el punto de partida para una escultura enteramente personal y contemporánea.
Comisariada por Juan Pablo Huércanos –especialista en la obra del escultor y subdirector de la Fundación Museo Jorge Oteiza–, la exposición Mendiburu. Materia y memoria profundiza en el Museo de Bellas Artes de Bilbao en su personalidad a través de un centenar de piezas, entre esculturas y obras sobre papel, realizadas desde sus inicios a finales de la década de 1950 hasta sus últimos proyectos a mediados de los 80. Muchas de ellas son inéditas y el conjunto se exhibe ahora gracias al apoyo de BBK y a la generosidad de la familia Mendiburu y de otras colecciones particulares, a las que se han sumado museos como Artium de Vitoria o San Telmo Museoa de San Sebastián.
La muestra pone de relieve aquellos aspectos que alejan a Mendiburu de los convencionalismos formales de su época y lo resitúa como autor de una escultura experiencial. La tipología de los materiales que usó y la complejidad de su modo constructivo, basado en la acumulación y la trama determinaron las características de una obra llena de correspondencias biográficas y socioculturales que se convirtió en uno de los referentes de la transformación del arte vasco de su tiempo.
Tras un inicio a finales de los años 50 heredero aún de propuestas geométricas e informalistas, Mendiburu comenzó a indagar sobre procedimientos más cercanos a una morfología orgánica y procesual con la que, a partir de ensamblajes, construir sus obras más características.
Este proceso acumulativo constituye una de sus aportaciones más personales, un modus operandi que forma parte esencial de su escultura y que, a su vez, se transmite a la experiencia de la contemplación. Ese carácter experiencial se aprecia ya en sus primeras obras, como la serie Taluak (1960-1962), cuya elaboración recuerda al juego infantil de arrojar una pella de barro contra el suelo para reventarla y cambiar su morfología. También en obras maestras de su trayectoria, como Txalaparta (1965), en donde se percibe el eco de la cultura y los materiales populares –»viejas vigas o viejos troncos olvidados »– que Mendiburu reanuda con un lenguaje personal que se aleja de una visión meramente romántica de la naturaleza.
Desentrañar
Aunque su mirada hacia lo natural es evidente, el escultor, a través del uso de la madera, explora un territorio que refleja el paso del tiempo y su misterio y testimonia un orden natural en el que la humanidad se ve avocada a luchar por su supervivencia.
De este modo, el espectador es impelido a desentrañar el proceso de creación de la obra que, habitualmente sin peana, se muestra tan directa y sin añadidos como el propio artista. En Jaula para pájaros libres (1969), una viga de madera sustenta un desarrollo espacial del que emerge una expresión más lírica. Mientras Zugar (1969-1970) representa una corporeidad producto de la lenta acumulación de fragmentos que después llevará a otras piezas destacadas como Argi hiru zubi (1977) o Murru (1978), de enorme contundencia física y visual.
En los años 80 experimenta con otros materiales y lenguajes en obras de menor tamaño, como la serie de piezas que combinan madera y cemento, o las pequeñas esculturas en madera pulida o alabastro de inspiración oriental. A finales de la década, otras obras, como las de la serie Casas bombardeadas, recuperan la memoria de las penurias de la guerra y del amargo exilio que el escultor vivió de niño y que, al final de sus días, reconoció como vivencias medulares en el desarrollo de su escultura.
– Catálogo. Selección de entrevistas y escritos de Remigio Mendiburu; ensayos a cargo de Juan Pablo Huércanos y Alfonso de la Torre, teórico y crítico, especialista en arte español contemporáneo; y cronología artística de Mikel Onandia, profesor de Historia del Arte de la UPV/EHU.