Al inicio de 1951, Chillida Juantegui (San Sebastián, 1926 – 2008) se incorporó al Colegio de España, en París, donde permaneció hasta finales de junio. Volvería en el otoño del siguiente año y allí permanecería hasta junio de 1953. De la Torre lo explica así en el cuidadísimo catálogo de la exposición: «París, voilà. Habitación número 34, estudio-taller 135 en una de las torres del quinto piso del Colegio de España. Como revelan diversas fotografías, entre los encuentros uno hubo de resultar esencial: el sucedido con Pablo Palazuelo, con quien coincidió entre 1952 y 1953, recién retornado el madrileño desde Villaines y período previo a la marcha al mítico trece de la rue Saint-Jacques. En muchos aspectos coinciden ciertas notas iniciales de las trayectorias de esos dos caballeros de la soledad».
Su paso por París supuso el abandono temporal de la pintura figurativa, encarando una intensa experimentación formal, de tal manera que, cuando regresa a España, su vida como artista se había transformado. De ello da fe la fotografía tomada nada más regresar en la ganbara de su estudio en Guipúzcoa (1955-1958), en cuyo caballete se aprecia, cuidadosamente colocado, un cuadro abstracto, constructivo y de estructura horizontal, lienzo muy palazuelino y hermanado con ciertos dibujos lineales ahora expuestos en José de la Mano.
Si se analizan las obras de aquel tiempo –destaca el comisario– se observa la «conformación de un yo plural, una coherencia íntima que resulta de un incesante ejercicio de posibilidades, tal voces alzadas como una necesidad para la ulterior existencia del silencio, ejerciendo una personalidad fractal revelada en un mundo expandido. Eran ensayos sobre papel como desarrollos al margen y que, sin dudarlo, le otorgaron la libertad necesaria para luego arribar al esencial recogimiento de su producción».
A su retorno a España, Gonzalo Chillida abandona estas geometrías visibles en tanto ejerce una pintura que observa la naturaleza, el paisaje, desde un punto de vista progresivamente abstracto, sometido a eso que Celaya llamó el vértigo de la quietud. «Tras quince años practicando el oficio de pintor –destaca De la Torre–, a partir de 1962, fecha de la primera individual, su pintura es acogida en el contexto de la pintura de ese tiempo, de tal forma que su recorrido puede ser considerado clásico: artista integrado en la inaugural de la Galería Juana Mordó (1964) donde tuvo inmediata individual, una tríada de sus pinturas se hallaban incluidas en el primer catálogo del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca (1966). Fue Gonzalo Chillida coleccionado por quienes verdaderamente conocían y amaban la pintura, al caso vienen ahora las palabras de su hermano Eduardo, ‘pintor de una sensibilidad excepcional’. Claro está, pintor de pintores».