Esta muestra, organizada por la Fundación Juan March, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la Fundación Museo del Grabado Español Contemporáneo, concluye en Palma su recorrido, iniciado en octubre de 2018 en la sede de la Academia en Madrid.
No parece extraño el interés que Millares mantuvo a lo largo de su trayectoria por el grabado y las técnicas gráficas en general si se recuerda su fascinación de infancia por los Caprichos (1797-1799) y Desastres de la guerra (1810-1815) de Goya que, contemplados mediante reproducciones halladas en 1933 en libros de su casa familiar, ejercerían un poderoso atractivo en el niño y futuro artista.
Unos años después realizó sus primeros monotipos, estampación única mediante la aplicación de pigmento en un plano, luego transferido a un papel ejerciendo presión. El monotipo invadirá, además, algunas zonas de sus dibujos como un recurso técnico que, inevitablemente, obliga a mencionar las pintaderas de los aborígenes isleños.
Acto previo a su interés por la estampación calcográfica fue su vinculación a la publicación Planas de poesía (1949-1951), realizando portadas e ilustraciones, así como colaboraciones en diversas publicaciones antes de su viaje a la España peninsular (1955).
A lo largo de su trayectoria fue mucha su vinculación al libro y a la revista, a las ediciones en general, embargado por una cierta tipofilia, si pensamos en carteles y portadas, ilustraciones para revistas u otras publicaciones (como su frecuente presencia en las ediciones de Ruedo Ibérico), partiendo de su encuentro con Lourdes Castro y René Bertholò e inmerso en el proyecto artístico de la revista KWY.
Esta revista, prácticamente artesanal, era realizada en serigrafía bajo diferentes formatos gráficos y distintas periodicidades. Los Millares encontraron al matrimonio Castro-Bèrtholo en París a finales de mayo de 1959, con ocasión de la exposición La jeune peinture espagnole. 13 Peintres espagnols actuels, celebrada en el Museo de Artes Decorativas.
En esa fecha, KWY se preparaba en la rue des Saints-Pères, en Saint Germain, siendo Bèrtholo un buen conocedor de la técnica serigráfica. Manolo Millares colaboró en dos ejemplares de esta revista, efímera y de breve edición, realizando una portada serigráfica y la reproducción de un dibujo para los números cinco (diciembre de 1959) y ocho (otoño de 1961). Estos fueron tempranos trabajos serigráficos del artista, y a ellos alude la fecha inicial de la exposición.
Cincuenta obras
El corpus de la obra gráfica de Millares, unas cincuenta obras, quedaría en buena parte reunido en cinco carpetas, en su mayoría realizadas mediante técnicas tanto calcográficas como serigráficas: Mutilados de paz (1965), Auto de fe (1967), Antropofauna (1970), Torquemada (1970) y Descubrimientos-Millares, 1671 o Descubrimiento en Millares 1671. Diario de una excavación arqueológica imaginaria y barroca (1971).
Mutilados de paz fue la primera carpeta serigráfica. Estampada por Abel Martín, contenía cuatro estampas, presididas por un poema de Rafael Alberti. A ella seguirá Auto de fe, otros cuatro grabados a punta seca, concebida con Elvireta Escobio. Una edición casi artesanal (veinte ejemplares numerados) estampada en el taller de Dimitri Papagueorguiu reproduciendo fragmentos del libro Causas del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Canarias.
Antropofauna, una carpeta de cinco aguafuertes estampada por el artista en el taller barcelonés de Gustavo Gili, con la ayuda de Joan Barbarà, para la colección Las Estampas de la Cometa, recibiría el premio Ibizagrafic (1972) del Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, concedido por un jurado en el que participó Conrad Marca-Relli. En ese año 1970 otro de sus grabados, también editado por Gili, sirvió de presentación al libro de José María Moreno Galván sobre el artista.
Torquemada, carpeta de seis serigrafías, fue editada por Juana Mordó, la galerista de Millares y otros tantos compañeros de generación, y nuevamente estampada por Abel Martín. Emblema de la representación de la ceguera destilada por la “justicia y la ira inquisidora, la mezquindad”, utilizando el glosario del pintor, a esta carpeta la seguiría Descubrimientos-Millares, 1671.
Carpetas memorables
A las mencionadas creaciones gráficas hay que unir su colaboración en carpetas memorables: la dedicada a El Paso (Galleria L’Attico, Roma, 1960), estampada en el taller de Dimitri. También su presencia en la primera serie de serigrafías editada en 1964 por el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, realizada por el tándem Eusebio Sempere y Abel Martín, quienes quedarían vinculados a las carpetas serigráficas de Millares: Mutilados de paz (1965), Torquemada (1970) y Descubrimientos-Millares, 1671 (1971).
Para la editorial Alfaguara ilustró en 1969 los Poemas de amor de Miguel Hernández, en su colección El Gallo en la Torre, realizando dos puntas secas. En ese mismo año aprendió de Antonio Lorenzo la técnica del grabado que éste, a su vez, había conocido de Bernard Childs en los inicios de los sesenta, decidiendo instalar Millares su propio taller de grabado. De esta aventura interrumpida quedaron algunos ejemplares que forman parte de la exposición.
Llegaría en 1971 su último trabajo, verdadero alarde de concepto, también de planteamiento artístico, un homenaje al mundo conquense que tan fundamental resultaría en su devenir. Fue la carpeta Descubrimientos-Millares, 1671 o Descubrimiento en Millares 1671. Diario de una excavación arqueológica imaginaria y barroca. En sus 12 serigrafías, tinta china y aguada de china gris humo despliega un universo de posibilidades, ejerciendo todo su conocimiento de los años previos, no sólo en arte gráfico, sino también su inmenso saber de dibujante.
Como recuerda Alfonso de la Torre, «es la victoria del negro y del gris, de los encuentros diversos, el triunfo de la escritura hecha signo: la mancha, la grafía, la tachadura, el dripping descendiendo o invertido, el pequeño signo y lo extendido, la escritura sobre textos impresos –negros, grises, espacios en blanco–, la línea y la huella. Algo de paroxismo creativo a lo Artaud hay en estas 12 serigrafías que estampa Abel Martín y cuyo concepto cuida Ricard Giralt Miracle. Todo ello estuchado en la caja de madera que concibe otro conquense, Gerardo Rueda. Esta carpeta es también un regalo final de Millares para el Museo de Arte Abstracto Español, bajo la dirección de su fundador, Fernando Zóbel. Ahí están todos sus colaboradores: los hermanos Blassi, diseñadores conceptuales de la carpeta-objeto, y el carpintero del Museo, Domingo Garrote (junto a Rafael Saiz), ejecutor de la misma; el anagrama impreso del Museo, que diseña Gustavo Torner; hasta la mención bibliómana de Zóbel, que asoma en la apertura de la carpeta. Doce estampas como doce meses para el final de la vida del artista».
Cierran la exposición un conjunto de cinco pruebas hechas en su estudio, de reciente localización en sus archivos, y ocho grabados póstumos, con algunas variantes, estampados en el taller madrileño Mayor 28, con la cooperación de Fernando Bellver y Manuel Valdés.
Un artista íntegro
Contemplando las obras expuestas se percibe cómo las creaciones de Millares recorren, también, el relato de los protagonistas del arte gráfico contemporáneo en España, al modo de un oculto nervio viajando entre la historia menos narrada de estas estampas.
El relato, en orden, sería: encuentro con Castro-Bèrtholo en París, luego el Museo de Arte Abstracto Español (la visita a Childs de Zóbel y Lorenzo, y sus ediciones, de la mano de Abel Martín, Eusebio Sempere y Antonio Lorenzo). A ellos sigue Dimitri Papagueorguiu, hasta llegar a la experiencia madrileña del Grupo 15, aventura iniciada con Dimitri donde Millares hará otros dos hermosos aguafuertes estampados con ayuda de Monir y Lorenzo.
Finalmente debe hacerse mención a la triada de bellos carteles serigráficos, desde el primero editado por Buchholz, con ocasión de su exposición en Múnich en 1968 o la reproducción de un collage de Millares, cartel del Museo conquense (1970, después habrá otro póstumo, 1973) y el afiche de su última exposición en el Musée d’Art Moderne de París (1971).
El grancanario había mostrado siempre un extraordinario interés por la estampación, cuya prueba primera sería el dedo o la mano que, manchados, con frecuencia quedaron impresos sobre sus arpilleras y dibujos, en ocasiones sobre fragmentos encolados de papel de periódico. Evocadores de las huellas de los sellos o pintaderas, los signos grabados en las cuevas, muros, agujeros que acariciaron las balas, líneas que cruzan la superficie, huellas de zapatos, marcas diversas, santa faz. Rudimentarios grabados en las arpilleras, señales o cruces, signos, escrituras de “un mundo deliciosamente extraño”, en sus propias palabras. Fue el interés por el arte gráfico de ese hombre fascinado desde niño por Goya. Extraordinario grabador sí, pero poeta y místico de voz muy espiritual, como señalara André Pieyre de Mandiargues: “un artista íntegro, y basta”.