Pintura y escultura constituyen el núcleo fundamental de una muestra comisariada por Amaya Alzaga en la que también tienen cabida las artes suntuarias y textiles y los objetos de uso cotidiano. En total, cerca de ciento diez piezas procedentes de colecciones públicas y privadas españolas.
Un proyecto transversal como éste, que abarca un período histórico tan extenso, no puede ser comprendido sin su contexto. En este sentido aborda también aspectos que hacen visible esta evolución, como las relaciones diplomáticas, la historia del coleccionismo o la construcción de las respectivas identidades nacionales.
Nadia Arroyo, directora de Cultura de Fundación MAPFRE, explica que «esta exposición ofrece un recorrido por la historia de nuestro país a partir del arte francés que se introdujo a través de la corte y que se expandió generando una forma de ver y tratarse, una forma de vestir, una forma de adornar los interiores de los palacios y las casas… En ese momento, francés era sinónimo de clasicismo, sinónimo de elegancia extrema».
Pero además de conocimiento, Arroyo destaca que El gusto francés también «regala un paseo de los sentidos, evidentemente a través de la vista, pero es tal el lujo que transmiten las piezas que, a la vez, si nos paramos a observar, por ejemplo, el detalle de las telas casi parece que podemos sentir su textura, o nos vamos a encontrar también vajillas maravillosas que podemos imaginar con los delicados alimentos que se degustaban en ellas».
La exposición se ha concebido partiendo del momento en el que comienzan a llegar piezas de arte, cuando Francia se erigía en modelo del gusto europeo, y se cierra en la etapa en que se produce el fenómeno inverso, cuando es España, o una idea concreta de España, la que se convierte en foco de atracción para la imaginación romántica francesa a lo largo del siglo XIX.
Fue entonces cuando nuestro país comenzó a atraer a un gran número de intelectuales y artistas, tanto franceses como del resto de Europa. Sus peculiaridades se convirtieron en elemento exótico de narraciones y pinturas. Uno de los primeros en acudir a él fue Victor Hugo, que ambientó su Hernani en territorio español.
Esta visión romántica, que miraba al Siglo de Oro y se alejaba del canon del gusto establecido, se extenderá con pintores como Édouard Manet, epítome del artista moderno, que representó la vida contemporánea según el legado de artistas pretéritos, fundamentalmente españoles.
La muestra se divide en 10 secciones y un epilogo. Las iniciales abordan la llegada de las primeras piezas galas durante el reinado de Carlos II, último de los Habsburgo españoles, así como la edad de oro de la pintura de ese período. Se recorre a continuación la consolidación del gusto francés durante el gobierno de los Borbones
–con especial incidencia en los reinados de Felipe V, Carlos IV e Isabel II– y concluye con la decadencia de su monopolio hacia 1870, cuando España ya se había convertido en un modelo romántico a seguir.
Como concluye su comisaria, «esta exposición rinde homenaje a un largo y complejo período en el que “lo francés” fue sinónimo no solo de clasicismo en las artes sino sobre todo de distinción, magnificencia y elegancia extrema en el adorno y el vestir de los espacios y sus habitantes».
Profunda investigación
Este proyecto es el resultado de una profunda labor de investigación que ha permitido sacar a la luz obras que hasta ahora se daban por desaparecidas y realizar nuevas atribuciones en el caso de algunas de las piezas. Comienza en el siglo XVII, cuando la Francia de Luis XIV sustituye a España como primera potencia europea. Es entonces cuando la política absolutista del monarca inunda la escena artística para propagar la magnificencia de su imagen y de su poder.
Se impone un estilo de marcado carácter clasicista a través de la fundación en París de la Academia Real de Pintura y Escultura (1648) y de las reales manufacturas, que controlan la producción artística de acuerdo con el lenguaje establecido. El gusto francés se desarrolla y oficializa a lo largo del XVIII con la llegada de los Borbones al trono español, se extiende durante el siglo XIX y llega hasta principios del XX. Lo francés se convierte en sinónimo de refinamiento, de elección de materiales nobles en obras impecablemente ejecutadas. Desde España se adquieren piezas de artistas galos que o bien residen en Francia o bien llegan a la Península para trabajar en la corte.