Fue con cuadros donde los más pequeños son los protagonistas –como ¡Triste herencia!– con los que Sorolla consiguió los mayores reconocimientos de su carrera y sus mayores éxitos comerciales y, sin embargo, hasta ahora no se había realizado una aproximación sistemática a la representación del niño en su pintura.
Retratista consumado, pintó en numerosas ocasiones a su familia y recibió encargos de la burguesía y de la aristocracia, que deseaban que pintara no solo sus retratos, sino también los de sus hijos. De hecho, esta exposición reúne por primera vez una selección de retrato infantil por encargo, en su mayoría procedente de colecciones particulares, donde podemos ver cómo, aunque a veces el pintor debe plegarse al gusto de los comitentes, el naturalismo y la calidad con la que capta los rasgos infantiles lo sitúan como el gran retratista que fue.
Sorolla, como sus contemporáneos, pero con una calidad difícil de alcanzar, pintó numerosas obras en las que los más pequeños se erigieron en motivo principal. En estos cuadros nos enseña cómo viven, como estudian, pintan o juegan. Frecuentemente son, además, los protagonistas de sus escenas de mar, unas veces trabajando en la playa, otras disfrutando del placer de jugar en la orilla.
Finalmente, la muestra también rastrea en la obra de Sorolla escenas de “otra infancia”, menos feliz, menos afortunada, de niños enfermos, más humildes, que en cierta manera se ven obligados a dejar de serlo para trabajar, ayudando a sus familias. Esta “otra infancia” también es retratada con el mismo cariño y dignidad con la que plasmó al resto.
La edad dichosa
«El mar, el sol, el niño. He aquí los tres elementos primordiales de su concepto pictórico».
(Silvio Lago, La Esfera, 1927)
Ordenada a través de tres secciones –El centro de la familia, El mundo de los niños y La otra infancia– esta muestra incluye 41 lienzos y tres dibujos que ofrecen un panorama completo de la imagen del niño y su particular universo. Este acercamiento se inicia en el núcleo de la intimidad familiar, donde las maternidades acaparan todo el protagonismo, pasa por la representación de los propios hijos del pintor, abriéndose luego al ámbito infantil del estatus social, y culmina captando todo un mundo de faenas infantiles que no solo pasan por las esperadas del juego, el divertimento o el estudio de los niños de las clases más pudientes, sino también por el trabajo infantil o el desamparo de los pequeños de las clases más populares. Finalmente se aborda el reverso de la dicha, la enfermedad o la mortalidad infantil.
Además, estas obras se complementan con fotografías de época, una cuna y una canastilla originales de la familia Sorolla y un ejemplar de la revista para niños La edad dichosa, editada por Carlos Frontaura entre 1890 y 1892, y que da título a la exposición.