Estrenada en 1776, Las bodas de Fígaro fue escrita en menos de un año de manera frenética por Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) y el polifacético escritor y libretista Lorenzo da Ponte (1749-1838), en su primera y fecunda colaboración, que proseguiría con Così fan tutte y Don Giovanni.
Ambos creadores estaban imbuidos del fervor revolucionario que defendía la obra teatral de Pierre-Augustin de Beaumarchais (1732-1799), en la que se basa la ópera, La folle journée, ou Le mariage de Figaro, estrenada con gran escándalo apenas un año antes, provocando la reclusión del autor y la prohibición de su obra en diversas cortes europeas.
Con gran pericia, Da Ponte reduce y disimula el contenido más explícitamente político de la obra, manteniendo las complejas relaciones entre los distintos personajes, a los que la fabulosa partitura de Mozart otorga una inusitada profundidad psicológica, escondida bajo las formas clásicas de la opera buffa.
La música, sustentada en un armazón perfecto de simetrías y juegos estructurales y armónicos, con arias y números de conjunto de enorme belleza, sugiere, delata, contradice, insinúa, desmiente e ilumina lo que esconden las palabras de los protagonistas, dentro de un enredo aparentemente cómico.
En su propuesta escénica, Claus Guth intenta, precisamente, explorar lo que late en el alma de los personajes más allá de la comedia, auscultando el lado inconfesable, ambiguo, contradictorio, siniestro, sádico o lascivo de las relaciones amorosas.
En paralelo con la estructura clásica de la partitura, Guth, junto con el escenógrafo y figurinista Christian Schmidt, sitúa la trama en un viejo y austero palacio, con los personajes encorsetados en trajes que delatan su origen social y determinan su modo de proceder.
A partir de ahí, como en una película de Bergman o en un drama de Strindberg, Guth va desenmascarando lo que pasa en el interior de los personajes con la ayuda de un ángel silencioso que muestra al espectador lo indecible, turbio u oscuro de las relaciones amorosas.
Dos elencos dan vida a los complejos personajes de esta ópera coral, que esconden lazos de seducción, amor, deseo, pasión, hastío o rencor: Andrè Schuen y Joan Martín-Royo (Conde de Almaviva); María José Moreno y Miren Urbieta-Vega (Condesa de Almaviva); Julie Fuchs y Elena Sancho Pereg (Susanna); Vito Priante y Thomas Oliemans (Fígaro); Rachael Wilson y Maite Beaumont (Cherubino); Monica Bacelli y Gemma Coma-Alabert (Marcellina), y Fernando Radó y Daniel Giulianini (Bartolo).
Ivor Bolton, director musical del Teatro Real, vuelve a dirigir Las bodas de Fígaro desde su foso, después del éxito obtenido con la misma partitura en 2014. Esta ópera será su séptima producción de Mozart al frente del Coro y Orquesta Titulares, y la tercera en la que trabaja codo con codo con Guth, después de Lucio Silla (2017) y Don Giovanni (2020). Bolton lo tiene claro: «Es una obra maestra propia de un genio, probablemente la mejor música de ópera jamás escrita».
Desde la reapertura del Real, esta ópera se ha ofrecido en cinco de sus 25 temporadas, lo que la convierte en uno de los títulos más representados en Madrid: en 1998, con Gianandrea Noseda y Jürgen Flimm; en 2003, con Antoni Ros Marbá y Marco Arturo Marelli; en 2009, con Jesús López Cobos y Emilio Sagi, cuya producción volvió a presentarse en 2011 con Víctor Pablo Pérez, y en 2014 con Bolton.