La dedicación de Joaquín Sorolla (Valencia, 27 de febrero de 1863 – Cercedilla, Madrid, 10 de agosto de 1923) al retrato fue sobresaliente tanto por el número de obras que pintó como por su calidad. Su trabajo en su primera juventud con el fotógrafo Antonio García le familiarizó con la captación atenta del natural, aspecto que tuvo presente en su pintura ya en los años de su formación. De las 23 pinturas del artista conservadas por el Prado 18 son retratos, incluidos los dos adquiridos en 2022: Martín Rico (sala 62 A) y Manuel Bartolomé Cossío, que se presenta ahora en el Museo.
Buena parte de ellos, los menos conocidos, pues no están habitualmente expuestos en sala, se incluyen ahora en esta exposición, que también se enriquece con el préstamo de la Institución de Libre Enseñanza del retrato de Francisco Giner de los Ríos.
La contribución de Sorolla a este género revela, a menudo, su inspiración en los maestros antiguos, señaladamente Velázquez. Se percibe en los negros y grises de El pintor Aureliano Beruete y de María Teresa Moret, quizá sus dos mejores retratos, así como en la ambigüedad espacial del primero.
De modo más explícito, la referencia velazqueña aparece en María Figueroa, vestida de menina y en La actriz María Guerrero como ‘La dama boba’. En el retrato de Cossío, realizado el mismo año en que este publicó su libro sobre el Greco, el pintor rindió homenaje al cretense, a quien había estudiado, lo mismo que a Velázquez, en el Prado. En esta obra supo captar los rasgos fisionómicos esenciales del modelo, a lo que agregó una sutil interpretación de su personalidad.
Lo propio ocurre en muchos de sus retratos masculinos, en los que representó a destacados personajes de la cultura de su tiempo, no pocos vinculados con la Institución Libre de Enseñanza, con los que tuvo trato amistoso. Entre ellos figuran escritores (Rafael Altamira, Jacinto Felipe Picón y Pardiñas, Aureliano de Beruete hijo, Cossío), médicos (Francisco Rodríguez de Sandoval, Joaquín Decref) y pintores (Martín Rico, Aureliano de Beruete, Juan Espina, Antonio Gomar).
En algunos cuadros (Jacinto Felipe Picón y Pardiñas, El pintor Antonio Gomar, El doctor Joaquín Decref) Sorolla utilizó un formato horizontal que le permitió ofrecer encuadres novedosos y dar un movimiento especial a las figuras, a menudo inclinadas hacia un lado.
En el retrato femenino, Sorolla desplegó una especial sensualidad (Mercedes Mendeville) y un fastuoso colorido (María de los Ángeles Beruete y Moret). Ambas obras, ejemplos de efigies de damas del gran mundo, denotan la atención del artista a los requerimientos del género. Ante otras damas distinguidas como María Teresa Moret, amiga del pintor y su familia, o Ella J. Seligmann, esposa de un conocido anticuario, pudo ofrecer una interpretación elegante y certera, con una fina sensibilidad cromática de negros, grises y blancos.
También destacó como retratista de niños, según atestiguan las efigies de Jaime García Banús y María Figueroa. La facilidad para la captación del natural en un instante, en el que el retratado se hace presente con una intensa sensación de realidad, es característica de todas estas obras. En ello Sorolla no solo era fiel a su visión naturalista sino también a la profunda percepción de lo individual propia de la gran tradición pictórica española.