Uno de los pintores figurativos más excepcionales de la modernidad, Freud nació en Berlín y en 1933, tras la llegada del nazismo, emigró junto a su familia a Londres. En su juventud, el ambiente familiar le proporcionó una considerable y variada cultura: su padre era un arquitecto de renombre, su madre estudió Historia del Arte y su abuelo fue Sigmund Freud, creador del psicoanálisis. En su edad madura, el artista llegó a convertirse en una celebridad, debido a su controvertida vida personal, que se desarrolló tanto en los ambientes aristocráticos como en los bajos fondos.

 

«¿Qué le pido a una pintura?

Le pido que asombre, perturbe, seduzca, convenza»

 

Desde un principio, Lucian Freud tomó partido por el arte figurativo centrándose en la representación del ser humano. El autorretrato, el retrato y el desnudo constituyeron el eje principal de su producción. Se intuye en él una cierta aspiración a medirse con la gran tradición de la pintura y en su obra se pueden rastrear toda una serie de alusiones a los grandes maestros. Su trabajo fue una búsqueda permanente de la verdad, lo que le llevó a hacerlo siempre del natural, delante del motivo, con un lenguaje plástico que compagina insolencia e independencia, traspasando a menudo los límites del decoro.

Incisiva y subversiva, su pintura estuvo siempre dedicada a la representación del cuerpo humano y a retratar al hombre contemporáneo. Asiduo visitante a los museos históricos, en su obra se puede rastrear toda una serie de alusiones a los grandes maestros, desde el arte egipcio hasta Ingres, Courbet, Rodin o Cézanne, pasando por Grünewald, Hals, Velázquez, Rembrandt, Daumier, Watteau o Géricault, aunque esa vinculación con el pasado convive con una fuerte voluntad de independencia.

Pero lo que verdaderamente le interesa a Freud es descubrirnos la pintura sobre la pintura, su personal reflexión metaartística y la “intensificación de la realidad” que siempre quiso alcanzar.

Esta exposición ha sido organizada por el Thyssen-Bornemisza y The National Gallery, donde pudo visitarse hasta el pasado 22 de enero. En Londres fue comisariada por Daniel F. Herrmann, curator of modern and contemporary projects, y en Madrid lo ha sido por Paloma Alarcó, jefa de Conservación de Pintura Moderna.

El Thyssen-Bornemisza es el único museo español que alberga en su colección obras de Freud, un total de cinco pinturas, todas ellas incluidas en esta muestra. Su extenso catálogo, con textos de los comisarios y contribuciones de diferentes especialistas en su obra y de varios artistas contemporáneos, plantea nuevas preguntas sobre la relevancia actual de la obra de Freud para acercarlo a las nuevas generaciones.

Llegar a ser Freud

«Quiero que la pintura actúe como si fuera carne»

Lucian Freud en su taller. FOTO: EFE / CENTRE POMPIDOU. Foto: © Luis Domingo.

Lucian Freud en su taller. FOTO: EFE / CENTRE POMPIDOU. Foto: © Luis Domingo.

La muestra se divide en varias secciones que, de forma más o menos cronológica, repasan la evolución y la temática del pintor:

1. Llegar a ser Freud. Dedicada a sus primeras obras, con una decidida voluntad figurativa frente a las corrientes abstractas dominantes. El artista muestra ya su personalidad y su forma de pintar, con un trabajo lento y una pincelada meticulosa para las que utiliza pinceles muy finos. Los hieráticos personajes, pintados a base de capas muy trabajadas sobre fondos planos, con atributos en sus manos, revelan la influencia de los pintores del Renacimiento del Norte.

2. Primeros retratos. Comienza a pintar de pie, moviéndose alrededor de sus modelos, con una proximidad física que le permitía apreciar los más mínimos detalles. Utiliza pinceles más gruesos y, por influencia de Francis Bacon, su pincelada se vuelve suelta y empastada, pero su forma de trabajar sigue siendo precisa, lenta y pausada, para captar la esencia de sus modelos. Algunos retratos deliberadamente inacabados permiten ver su ejecución a base de acumulación, empezando por el centro del cuadro, y nos acercan al proceso creativo de su pintura.

3. Intimidad. Freud pintaba siempre del natural y prefería retratar a su entorno más próximo, amantes, amigos y familiares, para poder actuar con mayor libertad. Su habilidad para evocar en sus pinturas una intimidad no erótica, como el cariño, la amistad o el afecto paterno, ha sido escasamente investigada.

4. Poder. A medida que crece su fama, en contadas ocasiones Freud acepta encargos de personajes que le merecían respeto o admiración. Previamente debían aceptar sus severas condiciones sobre la forma de posar o la duración de las sesiones, siempre en su estudio. Estas obras siguen la tradición de los retratos de poder de Rubens o Velázquez, con los modelos sentados con las manos apoyadas en los brazos de la silla o sillón y una actitud de introspección.

5. El estudio. A partir de la década de 1980 el espacio del estudio se convierte en escenario y tema de su pintura. Adquiere una creciente presencia como el lugar donde el pintor es capaz de imponer sus reglas a la realidad y llevar las cosas al extremo. Contemplamos el estudio del artista como espacio distintivo y reconocible, con el característico mobiliario, las paredes desconchadas o con una densa costra de empastes del óleo, o la tarima con una perspectiva ascendente, creando una marcada inestabilidad en las figuras y en los distintos elementos representados.

6. La carne. La exposición se cierra con un capítulo que reúne varios retratos de desnudos monumentales en los que contemplamos una profunda observación de la vulnerabilidad del cuerpo y la plasticidad de la carne como pintura. “Quiero que la pintura actúe como si fuera carne”, manifestaba el artista en 1982, un lema en consonancia con la carnalidad matérica de sus rostros y cuerpos y con su habilidad para pintar la textura de las carnaciones. La representación de la carne en el lienzo es quizá el elemento más destacado y repetido en la larga carrera de Lucian Freud.