En 1926, Hermenegildo Anglada Camarasa (Barcelona, 1871 – Port de Pollença, 1959) compró una parcela en la localidad mallorquina de Pollença para construir en ella la finca El Pinaret, un terreno que ajardinó y para el que incluso hizo llevar flores exóticas. En su jardín plantó árboles frutales y cipreses ornamentales, y después cultivó dalias, hortensias y una gran variedad de rosas, entre otras flores.
El proyecto expositivo de Arola Valls toma como punto de partida este jardín y, para ello, recrea una museografía especial para facilitar la inmersión en el universo botánico del artista.
La dedicación del pintor al cultivo y cuidado de sus flores le permitió estudiarlas en profundidad. De hecho, el interés que había ya demostrado en etapas anteriores, en las que las protagonistas de sus óleos aparecían acompañadas de elementos florales, se convirtió en una auténtica pasión que le llevó a dejar la pintura en segundo término durante los primeros años de la década de 1930.
La muestra propone, a través de una selección de óleos, dibujos, fotografías, estampas y objetos de la Colección Anglada-Camarasa, un recorrido por tres ámbitos que trazan el interés creciente del artista por los elementos florales.
El primero, Del jardín al lienzo, empieza con su llegada a Mallorca, donde se instaló durante la Gran Guerra. La estancia en la isla lo llevó a descubrir los paisajes y la luz mediterráneos, así como a consolidar su pasión por la botánica. En este ámbito se muestran obras en las que las flores se convierten en objeto de observación que el artista plasma en minuciosos dibujos llenos de anotaciones y observaciones. A través de fotos de El Pinaret, que compró casi dos décadas más tarde, y de numerosos dibujos y pinturas, se puede ver cómo construyó el artista un atlas visual botánico que más adelante le permitiría dibujar flores en el exilio, lejos de su querida finca.
Este ámbito incluye la obra Columna florida, eje central de la muestra. Se trata de una pintura creada en su exilio en Pougues-les-Eaux que se aproxima más a la construcción artificial de un bouquet floral imposible que a la plasmación de una naturaleza en estado silvestre. La obra permite intuir que la flor se convierte para Anglada-Camarasa en un elemento de conexión simbólica y vital con los intereses y la vida que había tenido que dejar en Pollença.
El segundo ámbito, Escenarios florales, aborda la consolidación de su trayectoria y proyección internacional, con sus cerca de veinte años en la capital artística de la época: París. Estos años le permitieron encontrar un lenguaje propio, alimentado por referencias de toda Europa y de Rusia, así como también por una especial atención al folclore.
Los temas gitanos y los elementos propios de las costumbres valencianas, que el artista descubrió a raíz de un viaje en 1904, enriquecieron el universo temático de su obra. En este espacio se pueden ver dos grandes obras: Fra le rose [Entre las rosas] y València, dos lienzos en los cuales las figuras femeninas se enmarcan en un decorativismo protagonizado por las flores.
Finalmente, el tercero, Complementos de la identidad, propone una aproximación a la flor desde el papel ornamental que Anglada-Camarasa le atribuye incluyéndola en vestidos, sombreros y accesorios de varios personajes femeninos, entre ellos, las protagonistas de El tango de la corona. En esta obra, el pintor muestra una amplia gama de vestidos, mantones y complementos que sintetizan la esencia y la identidad del baile flamenco y que, al mismo tiempo, denotan la atención dedicada a unos elementos florales que potencian el ritmo y el movimiento de la composición.
A lo largo de la primera década del siglo XX, Anglada-Camarasa pintó una serie de retratos de mujeres anónimas o procedentes de los círculos sociales que frecuentaba en París. Este ámbito se complementa con algunas muestras de indumentaria (faldas, mantones y corpiños), decoradas también con motivos florales, que el artista fue coleccionando a lo largo de su vida y que le servían de inspiración.