La obra, que ha recorrido ya varios escenarios y hasta el 28 de julio puede verse en el Teatro Bellas Artes de Madrid, es una adaptación de Las guerras de nuestros antepasados, en la que Eduardo Galán ha querido respetar la autenticidad y exquisitez lingüística del autor, Miguel Delibes, que en 1975 publicaba este alegato por la paz.
Han pasado 50 años y, en los primeros minutos, el espectador siente que retrocede en el tiempo hasta un espacio y un momento en los que posiblemente no se reconozca. Ni el modo de hablar ni de comportarse, ni mucho menos las historias de las guerras carlistas, van a hacer que nos sintamos identificados. Quizás, según la edad del espectador, haya a quien le llegue el recuerdo de algún antepasado. Sin embargo, en apenas unos minutos y sin darnos cuenta, sus protagonistas nos han introducido en este mundo antes ajeno, en su cotidianeidad, sus costumbres, su barbarie… y es entonces cuando empezamos a encontrar puntos de conexión entre el universo Delibes y el nuestro porque, desgraciadamente, seguimos viviendo tiempos de guerra y las consecuencias de estos episodios sin sentido son, como lo han sido siempre, devastadoras.
Pacífico, Pérez de apellido, puede salvarse de la muerte, pero su ingenuidad, su bondad y su lealtad no se lo permiten. En su celda, un psiquiatra convencido de su inocencia indaga en la vida de este hombre de tos persistente y lo hace desde su más tierna infancia, intentando comprender el porqué de su decisión: prefiere morir a sentir que traiciona a quien, para colmo, le ha traicionado. Es incapaz de ver el mal ajeno o quizás, simplemente, no quiere verlo.
A través de relatos aparentemente inconexos, nos vamos adentrando en el complejo universo de Pacífico y en un sufrimiento al que al espectador le resulta imposible ser ajeno. El Abu, el Bisa y el Padre son protagonistas de casi todas estas historias en las que los hombres debían ser “hombres”, y eso consistía no solo en evitar cualquier muestra de debilidad, sino en hacer gala de su masculinidad a través de una violencia injustificada, ansiada y buscada. La violencia por la violencia como vía de reafirmación personal, como gen identitario que debe pasar de generación en generación. Lo contrario, ya se sabe, es ser un “débil”, un “marica”. No hay lugar para la sensibilidad.
Llama poderosamente la atención la fuerza con la que Carmelo Gómez interpreta este personaje, que poco a poco va transformándose ante nuestros ojos. Una transformación psicológica tan potente que lleva al espectador a quebrarse a medida que él se quiebra, a sufrir cuando él sufre y que nos transporta de la infancia a la edad adulta como si alguien lo hubiera ido caracterizando ante nuestros propios ojos. No es maquillaje, no es vestuario, es teatro en estado puro.
Miguel Hermoso, sobresaliente, interpreta al psiquiatra empeñado en que se haga justicia, contrapunto perfecto de nuestro protagonista: la estabilidad frente al caos.
Reparto
Carmelo Gómez
Miguel Hermoso
Ficha artística
Autor: Miguel Delibes
Adaptación teatral: Eduardo Galán
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Escenografía: Monica Boromello
Vestuario: Yaiza Pinillos
Espacio Sonoro: Manu Solís
Ayudante Dirección: María Garcia de Oteyza
Productor: Jesús Cimarro
Dirección: Claudio Tolcachir
Producción: PENTACION Y SECUENCIA 3
Una producción de Pentación espectáculos y Secuencia 3.