Comisariada por María Bolaños, esta muestra, lejos de elegir un ángulo monográfico, trata de ampliar la comprensión de Chillida inscribiéndolo en la trama cosmopolita de contextos, afinidades, referencias y sincronías de las artes de su tiempo, y de ponerlo en diálogo con las ideas y las prácticas de sus contemporáneos. Incluye, también, las conexiones de su universo creativo con, por ejemplo, la pintura, el pensamiento, la música, el diseño, la arquitectura, el cine o la fotografía.


En las dos décadas que transcurren entre 1950 y 1970, y en las que se centra este proyecto expositivo, el arte de Europa armó de nuevo, tras la tragedia de la guerra, la trama de la modernidad. Fue, además, un momento de cambio en la historia de la escultura, que superó un letargo casi centenario y renació convertida en un arte nuevo y radical; y fueron, por último, años fundacionales para Chillida en los que construyó su personal visión del arte. “Décadas, pues, ricas, secretamente activas, cargadas de aventuras experimentales. De esta suma de aventuras se ocupa esta exposición; de sus reflexiones a varias voces, de sus relatos cruzados, de sus campos magnéticos. En suma, de lo que se trata aquí es de presentar a Chillida en conversación. Hablando con la gente de su tiempo en la lengua de su tiempo”, destaca la comisaria.

Más de cien obras

En la muestra, un nutrido conjunto de esculturas y dibujos de Chillida conversa con grandes maestros del siglo XX. De grandes de la pintura en su mejor vocación escultórica, como Picasso y Miró; fundadores de la escultura como Arp y Julio González; a Richier, Lobo y Giacometti en tanto que representantes de la figuración escultórica de la posguerra.

También están presentes importantes informalistas y expresionistas abstractos, entre los que destacan Motherwell, Millares o Dubuffet; los mejores de la nueva escultura británica, como Moore, Hepworth o Meadows; inventores de la escultura en hierro, entre ellos Smith, Jacobsen y Caro; personalidades irrepetibles como Beuys, Chamberlain, Mendiburu, Hantaï, Asins o Aurelia Muñoz; interesantes artistas aún por difundir suficientemente, como María Paz Jiménez, Villèlia, Bosshard o Lardera; cineastas tan sensibles como Ozu o Bresson; revolucionarios de la fotografía —así Cartier-Bresson, Bing o Callahan—; o, finalmente, los coreógrafos más radicales, principalmente Martha Graham o Cunningham.

La colaboración con Chillida Leku, que aporta una importante representación de piezas del escultor, ha sido fundamental para la realización de esta exposición, a la que se han sumado una treintena de museos, fundaciones y colecciones privadas, entre las que destacan el Centro de Arte Moderna Gulbenkian de Lisboa y el Museo Reina Sofía, además del propio San Telmo. Entre todos ellos configuran un mapa de la vanguardia internacional de este período, con más de un centenar de piezas expuestas.

Hijo de su tiempo

Como recuerda María Bolaños, “solemos ver a Eduardo Chillida como un escultor tan reconocible que no requiere explicación. Como si fuese un unicum en la historia del arte del siglo XX, cuya obra es tan personal que parece inabordable y casi intemporal. Pero a pesar de esta aura de excepcionalidad, no podemos dejar de ver en él a un hijo de su tiempo. Todo artista lo es. Por ello, cuando zambullimos a Chillida en medio del océano artístico de sus contemporáneos, aflora una fina red de ideales, inquietudes y experimentos que circulaban internacionalmente, de una a otra orilla, no solo en las artes plásticas, sino también en la filosofía, la arquitectura, la música, la danza o la fotografía, pues él mismo se distinguió por su ambición reflexiva y su curiosidad cultural”.