La ópera de Cilea, estrenada en Milán en 1902, se presenta en el Real en la ya clásica producción de David McVicar, que desde su estreno en el Covent Garden de Londres en 2010 ha triunfado en teatros de todo el mundo. Un emotivo homenaje al mundo del teatro evocado desde dentro, en pleno Siglo de las Luces, con escenografía de Charles Edwards y vestuario dieciochesco de Brigitte Reiffenstuel. Se da la circunstancia de que el director de producción del Real, Justin Way, fue asistente de McVicar durante la creación de este montaje en su estreno y desde entonces dirige sus reposiciones, lo que hará en Madrid por décima vez.
Aunque el nombre de Francesco Cilea aparezca normalmente asociado a los de Pietro Mascagni, Ruggero Leoncavallo, Umberto Giordano o Giacomo Puccini como uno de los representantes del verismo –movimiento operístico de cuño realista y naturalista en boga en Italia en los albores del siglo XX–, Adriana Lecouvreur, su ópera más conocida, podría considerarse la despedida del gran melodrama romántico italiano, sobre todo verdiano, con tintes veristas y la elegancia y refinamiento de la ópera francesa finisecular, sobre todo de Massenet.
Ambientada en el París de la Ilustración, la ópera está inspirada en la vida de la actriz Adrienne Lecouvreur (1692 – 1730), idolatrada por Voltaire, que destacó por sus interpretaciones en la Comédie Française. Su enorme fama, amoríos, su relación con el mariscal Mauricio de Sajonia –pareja de la celosa Madame de Bouillon–, y su muerte en extrañas circunstancias, con apenas 38 años, inspiró en el siglo XIX la obra teatral de Eugène Scribe y Gabriel Legouvé que sirvió de base al libreto de Arturo Colautti.
Pese a que la obra confronta las emociones exacerbadas de la pasión de Lecouvreur y los celos de la princesa de Bouillon, Cilea crea una partitura elegante y contenida, que combina la intensidad dramática, la belleza melódica, la exquisita orquestación y una refinada sensibilidad lírica, capaz de expresar las complejas emociones de los personajes, desde el lirismo más íntimo a los estallidos de pasión.
McVicar respeta estrictamente la época y los espacios del libreto, con una puesta en escena espectacular en la que la tensión emocional de la trama y de la música fluye sin obstáculos, transformando el teatro en un personaje vivo que, con su presencia omnipresente, influye y moldea el destino de los protagonistas.
La escenografía de Edwards, con su mezcla de cortinajes, maquinaria teatral y juego de espejos, y el opulento vestuario de Reiffenstuel, crean una atmósfera melancólica anticipando el trágico final, con una paleta cromática dominada por tonos dorados, ocres y púrpuras, que evocan el lujo decadente de la aristocracia y la libertad, siempre marginal, de la vida sobre un escenario.
En la interpretación del papel de Adriana Lecouvreur se alternarán las sopranos Ermonela Jaho y Maria Agresta. Estarán secundadas por Elīna Garanča (princesa de Bouillon) –que debuta en el Teatro Real en una producción operística– Brian Jagde (Maurizio) y Nicola Alaimo (Michonnet), en el primer reparto; y Ksenia Dudnikova, Matthew Polenzani y Manel Esteve, en el segundo. Junto a ellos, actuarán el Coro Titular del Teatro, con dirección de José Luis Basso, y su Orquesta Titular, bajo la dirección musical de Nicola Luisotti, principal director invitado del coliseo madrileño.