Considerado uno de los artistas más influyentes de la Europa de finales del siglo XIX y comienzos del XX y un verdadero precursor de las vanguardias, el antiacademicismo de Ensor, su renuncia a la representación de la realidad y su defensa de la imaginación y el subjetivismo le convirtieron en uno de los padres de la modernidad.

Su obra gráfica, que se inició en 1886 y terminó en 1935, alcanzó las 193 obras, incluyendo 130 grabados y 60 litografías. De ellas, esta muestra incluye 60 de muy variadas técnicas (aguafuertes, puntas secas, litografías), en una selección muy ilustrativa de sus temas favoritos, como el paisaje flamenco, el retrato o las escenas de crítica social y fantasía. Abundan en sus grabados las vistas de su ciudad natal y de Bruselas, donde estudió en su juventud; los retratos, los autorretratos y las marinas, especialmente las dedicadas al puerto de Ostende.


La visión espiritual de Ensor se concreta en la serie de grabados que dedica a la figura de Cristo, algunos de ellos directamente inspirados en pasajes bíblicos o en el Apocalipsis de san Juan; otros, inventados pero protagonizados por el Salvador. Su acercamiento a la figura de Cristo se produjo en torno a 1886, en el contexto del círculo de Los XX, donde se sentía incomprendido. Ese año trató de exponer sus últimas creaciones en el Salón Anual del Círculo, siendo rechazadas por sus propios compañeros, que decían defender la libertad artística, la expresión personal y el arte de vanguardia.

El rechazo de sus compañeros y de las instituciones, y los insultos de la crítica especializada, debieron de causar una fuerte crisis espiritual en Ensor, que encontró en la figura de Cristo un ejemplo análogo con el que consolarse. Como teorizaría Kandinsky años después, Cristo, verdadero redentor de la Humanidad, luz que guía espiritualmente al hombre, debe primero sufrir el escarnio y la burla de los ignorantes, los mismos que luego, años más tarde, terminarán por aclamarlo. El artista es particularmente claro cuando titula algunos de los grabados de estos años como El escarnio de Cristo o Cristo insultado.

La Vengueance de Hop-Frog (ca. 1896). ‘James Ensor: la belleza inefable’. Exposición en el Museo Casa Botines Gaudí (León).

Con todo, las escenas que más fama le reportaron a Ensor, y que le han hecho merecedor de un lugar destacado en la Historia del Arte, surgieron en las décadas de 1880 y 1890. Son aquellas de máscaras, esqueletos, demonios, monstruos y demás seres fantásticos, que pudo haber visto en los cuadros de Brueghel y El Bosco –y que cuentan con una larga tradición en la pintura flamenca–, pero también, como él mismo dejó escrito, en los grabados de Goya.

Estas escenas son, muchas veces, caprichosas; en otras ocasiones se inspiran en cuentos, poemas o relatos de sus amigos escritores o de autores de referencia, como Edgar Allan Poe, cuyas Historias extraordinarias le fascinaron. Inspirado en Poe, creó una de sus obras maestras, La Vengueance de Hop-Frog, presente en la exposición en primer y segundo estado, y también la versión litografiada, de la cual se conservan solo 10 ejemplares en el mundo.

La muestra pone en relación la obra gráfica de Ensor con la de Goya, del que se incluyen 10 obras, así como con la de otros artistas españoles que, de alguna manera, se vieron influidos por el maestro belga y compartieron con él un mismo imaginario y similares inquietudes espirituales: Darío de Regoyos (con ocho obras) y José Gutiérrez Solana (con dos). En total se presentan 80 obras, 60 de las cuales son del maestro belga.

Comisariada por Juan San Nicolás Santamaría y Carlos Varela, esta exposición forma parte del programa oficial del Año Ensor y cuenta con la colaboración del Museo de Arte Contemporáneo de Ostende (Mu.ZEE), del Museo Real de Bellas Artes de Amberes (KMSKA) y del Gobierno de Flandes.

Ensor, Goya, Regoyos y Solana

Goya. La muestra plantea un primer diálogo entre Ensor y un artista español, en este caso, Francisco de Goya. Para ello se han seleccionado cinco obras de entre sus Caprichos, y otras cinco repartidas por la exposición, en diálogo con obras de Ensor con las que guardan determinados paralelismos en temática, técnica o forma. La influencia de la obra de Goya, especialmente de sus Caprichos, sus Disparates y sus Proverbios, fue fundamental para Ensor, que pudo haberla conocido a través de Odilon Redon.

Pronunciadamente goyescas son las masas humanas tan del gusto de Ensor, que Goya representó magistralmente y por primera vez de manera moderna. Además, los rostros grotescos y cadavéricos, cuya deformidad muestra la corrupción interior de la persona; la habilidad para la ácida crítica sardónica; el gusto por los motivos carnavalescos y las máscaras, y el uso sin trabas de la fantasía, la subjetividad y el mundo interior del artista son aspectos coincidentes en la obra de ambos.

Regoyos. Ensor conoció a Darío de Regoyos (Ribadesella, 1853 – Bilbao, 1913) en 1879 en la Académie Royale de Bruselas. Desde entonces desarrollaron una larga y profunda amistad y coincidieron en los principales círculos de renovación del arte belga, como L’Essor y Les XX, donde expondrían juntos hasta en 13 ocasiones. La influencia de Ensor en el español es muy profunda. Sus marinas juveniles, que Regoyos pudo conocer durante el verano de 1883, influyeron poderosamente en las suyas. Asimismo, su obra gráfica se desarrolló de manera paralela. Además, ambos iniciaron, en torno a 1886, un periodo de profundas inquietudes espirituales que se hizo patente en sus obras por medio de la preferencia por los temas sociales y religiosos y la obsesión por la muerte, el bien y el mal.

Como testimonio de su amistad, Ensor retrató hasta en tres ocasiones a Regoyos. Este, a su vez, hizo lo propio con la hermana de Ensor, Mitche, y le regaló un cuadro que el belga conservó hasta su muerte, y que puede verse en esta exposición.

Gutiérrez Solana. Aunque nunca llegaron a conocerse, José Gutiérrez Solana (Madrid, 1886-1945) trabajó desde Madrid en una línea muy parecida a la de Ensor, y bajo la clara influencia de su obra, que pudo conocer a través de Regoyos, con quien Solana coincidió en dos exposiciones en Madrid, entre 1904 y 1905, y a quien admiró profundamente. La estética de pesadilla y fantasía, con calaveras, esqueletos, máscaras y escenas de carnaval, es análoga en Ensor y Solana. El sentimiento de desarraigo, hastío vital y la conciencia del carácter absurdo de la existencia aparecen con la misma intensidad en ambos. Aunque distantes en el cromatismo, el imaginario y la composición de muchas de las obras del madrileño se asemejan poderosamente a las de Ensor.