Conocido sobre todo por sus trabajos en el mundo de la moda y como retratista de grandes personalidades, Afanador ha sentido siempre pasión por España, los toros y el flamenco… Observa, se sumerge y se fascina para ofrecerlo a través de su personalísima mirada, como reflejan sus libros Mil Besos y Ángel Gitano, donde explora la estética y la expresión de los cuerpos femeninos y masculinos, respectivamente. Porque en el flamenco encuentra todas las emociones del ser humano y a través del flamenco refleja sus íntimas pasiones.
Con este punto de partida, Morau regresa a aquellas sesiones fotográficas y desde ellas construye un mundo de ensoñación, reflexiona sobre «el parentesco vital entre composición fotográfica y coreográfica», como él mismo explica, y reinterpreta la propuesta original haciendo que los bailarines se expresen con un lenguaje diferente, modelando el futuro desde la tradición, asumiendo el riesgo.
Marcos Morau ha contado en esta propuesta con la colaboración del dramaturgo Roberto Fratini, de los coreógrafos Lorena Nogal, Shay Partush, Jon López –todos ellos miembros de la compañía La Veronal [1], de la que es fundador y director– y Miguel Ángel Corbacho, asistente de dirección del BNE, además de su equipo habitual en el diseño de escenografía (Max Glaenzel), vestuario (Silvia Delagneu) e iluminación (Bernat Jansà). El resultado es un espectáculo de una plástica asombrosa, que transporta al espectador al flamenco más ancestral desde un prisma casi surrealista, sostenido por un cuerpo de baile sólido, riguroso en la ejecución y con una energía desbordante.
Cada escena de Afanador parte de una imagen icónica del fotógrafo. El escenario nos transporta al instante que capta el objetivo y la evocación cobra vida. Música electrónica, minera, seguiriya, cantar de trilla o ecos de Semana Santa mueven el baile, lo acompañan, despiertan la memoria de las instantáneas en blanco y negro.
Como explica Fratini, «Ruven Afandor se acerca desde el deseo al multiverso del folclore andaluz, lo obliga a revelarse, y se revela. Como si soñara con él, deja aflorar los lapsus, los delirios, el subconsciente del flamenco, sus pulsiones de eros y muerte, sus verdades no documentables. Lo devana en mil amplificaciones, como un mundo grotesco y suntuoso, un cuerpo impensable de sombra y de luz».
Afanador nos guía por una galería de imágenes que trenzan las hebras del pasado y del presente, donde la danza española se encuentra con la contemporánea y donde prima el blanco y el negro de la fotografía en un drástico contraste que permite transformar el vestuario y la escenografía en cataratas, aludes y tempestades. Nos enfrentamos a una obra surrealista que subvierte lo conocido convirtiendo los elementos tranquilizadores de la tradición en extraños e irreconocibles.
El éxito de su estreno en el Teatro Maestranza de Sevilla el pasado mes de diciembre augura un brillante futuro para Afanador en el repertorio del Ballet Nacional, bajo la dirección de Rubén Olmo, protagonista de una de las páginas de Ángel Gitano, a la que da vida, también con su baile, en esta original propuesta.
Afanador también en… 27-28-29-30 de junio en Valencia [2].
Afanador según Marcos Morau
Inspirado y fascinado por los libros Ángel Gitano y Mil Besos no podía yo limitarme a copiar tanta belleza. Las magistrales sesiones fotográficas de Ruven Afanador en Andalucía son irrepetibles: es irrepetible la alquimia que allí se dio entre el fotógrafo y figuras del carisma de Israel Galván, Matilde Coral, Eva Yerbabuena, José Antonio o el mismísimo Rubén Olmo.
Mi viaje empieza donde terminan aquellas sesiones, y cuando termino de soñar con ellas, incapaz de recordar los detalles completos o de someterlos a una lógica que se ha perdido por el camino, aparece el afán del despertar.
Afanador eclosiona en la tensión entre la fascinación que se emana de las fotos de Ruven Afanador, y mi propia fascinación por todo el misterio, tan diurno y a la vez tan nocturno, que en su día fascinó a Ruven.
Estudié fotografía y soy nieto de fotógrafo. Aunque nunca me dediqué profesionalmente a la fotografía siempre la tuve muy presente en mi trabajo como creador de mundos y director de escena. Con su impresionante labor de escenificación y evocación de la imagen, Ruven Afanador me ha impulsado a reflexionar sobre el parentesco vital entre composición fotográfica y coreográfica: el desafío carnal que es, en ambas, capturar la vida – eso, que, por definición, no se deja capturar.
Ruven Afanador observa el flamenco a través de una lente deformante, hecha de sueño, deseo y memoria. Si los elementos de la tradición son tranquilizadores por definición, ¿qué ocurre cuando estos se vuelven extraños e irreconocibles? La mirada surrealista de Afanador sobre el flamenco es muy parecida a la mirada sobre el mundo que ha nutrido en estos años mi trabajo al mando de La Veronal: no representar el mundo que existe sino inventar uno nuevo.
Hablando de cine, Estrella de Diego, que cito libremente, dijo: «Habría que entrar sin premeditación en el ámbito oscuro, con la película empezada, sin conocer de antemano el programa, arrastrados por el azar. Habría que sentarse, abandonarse a los sentidos sin prepararlos, sin dirigirlos por opiniones ni sinopsis. Habría que ir al cine en busca de algo que no fuera la historia que se cuenta. Saber que en el cine, como en la vida, uno siempre acaba por identificarse consigo mismo, nunca con el personaje ni con la trama».
Me gustaría que la gente entrara así a vernos, como en ciertos sueños, donde reconocemos los lugares, las personas, los paisajes y, sin terminar de comprender qué les sucede, sabemos que hablan de nosotros.