Las ocho funciones de entonces, dirigidas por Luis Antonio García Navarro (1941-2001), se unían a las 353 que tuvieron lugar en las temporadas anteriores al cierre del Teatro en 1925. Durante ese periodo el popular título verdiano fue el más representado, siendo Giuseppe Verdi (1813-1901) el compositor preferido del público madrileño.
En esta temporada tan especial para el coliseo madrileño –celebra su bicentenario y los 20 años de su reapertura– mira a su historia a través de la reposición de Aida, uniendo a este autohomenaje otro más simbólico a Pedro Lavirgen (1930) [1]. Este gran tenor no pudo interpretar en el Real a los personajes que lo distinguieron –como Radamés, con el que debutó en La Scala de Milán– porque el apogeo de su carrera transcurrió durante el período en que el coliseo de la Plaza de Oriente fue sala de conciertos y las óperas se representaban en el Teatro de la Zarzuela.
La veteranía de Verdi
Con el estreno de Aida en El Cairo, en 1871, Giuseppe Verdi, sexagenario y con 25 óperas en su haber, culminaba aparentemente una carrera prolífica (que luego duraría hasta los 80 años), con una partitura muy efusiva, pero también honda e intimista, en la que afloran los temas recurrentes en su obra: el triángulo amoroso, el trasfondo político y social, la prepotencia de los dictadores, la humillación de los oprimidos, los sentimientos paterno-filiales, los celos, los amores prohibidos, la traición, la soledad, la muerte, etc.
Desde el punto de vista compositivo, Aida también refleja la veteranía de Verdi: su dominio de la escritura vocal, –privilegiando los dúos y números de conjunto, en detrimento de las arias–; la genial utilización de la orquestación para obtener efectos dramatúrgicos; la yuxtaposición de momentos de recogimiento y de esplendor; y la pericia en la articulación de grandes números corales y coreográficos con inspiradas melodías solistas, de gran aliento y profundo dramatismo.
Es precisamente esta dualidad entre la espectacularidad de las escenas de masas –con el imperio egipcio, ejércitos, faraones, esclavos, sacerdotisas, invasores, prisioneros, ritos religiosos, celebraciones, etc.– y aquellas, recogidas, en las que afloran los conflictos y dramas de los protagonistas, donde radica la dificultad de la puesta en escena de Aida. Hugo de Ana opta por una producción de fuerte poder simbólico, dominada por una colosal pirámide que sugiere la magnificencia del poder político y religioso, contrapuesta a paisajes desérticos que enfatizan la profunda soledad de los personajes, que se debaten entre sentimientos, dudas y contradicciones. Para la actual reposición de Aida, De Ana ha revisado la producción original de 1998, actualizando elementos escenográficos y parte del vestuario e introduciendo algunas proyecciones.
En torno a Aida se ofrecerán múltiples propuestas culturales incluyendo cursos, exposiciones, conferencias, coloquios, visitas guiadas (como la titulada Cara a cara con las reinas de Egipto, a la cámara acorazada del Museo Arqueológico Nacional), o talleres para niños y adultos como el de Caligrafía egipcia antigua, en la Biblioteca Nacional.
Radio Clásica retransmitirá la ópera en directo el 22 de marzo y la ofrecerá a todos los países de la Unión Europea de Radiodifusión.
300 artistas y tres repartos
Con casi 300 artistas –entre solistas, coro, bailarines, actores y orquesta– y una escenografía ya histórica, Aida vuelve a Madrid entre celebraciones y homenajes, pero sobre todo trayendo al escenario del Real a grandes intérpretes capaces de dar a la obra de Verdi su verdadera dimensión universal.
Tres repartos se alternan en la interpretación de los papeles protagonistas, con Liudmyla Monastyrska, Anna Pirozzi y Lianna Haroutounian en el rol titular; Violeta Urmana, Ekaterina Semenchuk y Daniela Barcellona como Amneris; Gregory Kunde, Alfred Kim y Fabio Sartori como Radamés; y Gabriele Viviani, George Gagnidze y Ángel Ódena, como Amonasro. Están secundados por el resto del elenco y por el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real, bajo la dirección de Nicola Luisotti, que dirige su tercer título verdiano en el Real, después de sus versiones de Il trovatore y Rigoletto.