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Antología Gervasio Sánchez

En carne viva. En carne propia. Desde una concepción del periodismo como una profesión sólidamente comprometida con las causas sociales, Gervasio Sánchez (Córdoba, 1959) ha recorrido el mundo mirando, registrando… mostrando a través de su cámara el lado más oscuro de la realidad.

La crueldad de la guerra, cualquier guerra, y el drama de sus cicatrices ha sido objetivo del objetivo de quien a través de una denuncia que arrancó hace 25 años nos desvela la crudeza de un tiempo, éste, en el que él ha sentido en carne propia como la tragedia a menudo se ceba en los más inocentes.

Con su tenacidad y su trabajo, Gervasio intenta que ese dislate no caiga en el olvido; que las víctimas tengan alguna forma de voz. En esa línea se inscribe la impactante exposición antológica que se muestra en Tabacalera de Madrid hasta el 10 de junio.

Dividida en cinco bloques temáticos –América Latina (1984-1992), Balcanes (1991-1999), África (1994-2004), Vida minadas (1995-2007) y Desaparecidos (1998-2010) y organizada con motivo de la concesión del Premio Nacional de Fotografía 2009–, la muestra recorre el núcleo esencial de la obra de un autor que se siente compensado cuando, como le ha ocurrido más de una vez y en circunstancias extremas, alguien anónimo le dice: «Gracias por ser periodista, por estar aquí y por contar toda esta barbarie».

En el principio

«Aprendí los secretos de la fotografía en América Latina. Había comenzado a hacer fotos años antes y me defendía, aunque nunca hice un curso especializado. No conozco la magia del cuarto oscuro ni sé qué hay que mezclar para que aparezca una imagen en un papel desnudo. Fue en las guerras centroamericanas, las dictaduras del Cono Sur y los conflictos eternos del continente americano donde me hice fotógrafo».

«Este oficio puede ser muy cruel. Hay fotógrafos que son alcanzados en su primera escaramuza y mueren sin demostrar su sabiduría. Hay otros que quieren evitar que los primerizos puedan destacar y son capaces de aplastar cualquier acto de sabiduría con la indiferencia con que se liquida a una cucaracha. Hay otros fascinados por sus maravillosas fotos que nunca miran al de al lado. Hay otros, en cambio, casi siempre los mejores, que ejercen de faro para los jóvenes».

Sánchez se inicia en el ámbito del fotoperiodismo en el año 1984 en Centroamérica. Allí aprende a fotografiar sobre el terreno, de forma autodidacta, observando cómo se mueven los grandes reporteros, y allí realiza sus primeros reportajes, en escenarios tan convulsos como El Salvador, donde cubre las primeras negociaciones de paz; Nicaragua, donde presencia el triunfo sandinista; y Guatemala, donde descubre el drama de los desaparecidos. Poco después se traslada a otros países latinoamericanos: desde Chile, en plena dictadura de Pinochet, hasta Panamá, tras la invasión estadounidense, pasando por países azotados por la violencia indiscriminada, como Perú y Colombia.

Sus fotografías de esa época, casi siempre en color e inéditas, son imágenes que se enmarcan en la órbita clásica de la fotografía de prensa: instantáneas sintéticas y contundentes, cercanas y sobrias, despojadas de artificios ornamentales.

«Siempre he pensado que una decisión puede costarte o salvarte la vida. ¿Quién lo puede saber con antelación? Puede caminar por una calle de una ciudad sitiada, doblar una esquina o quedarte mirando un afiche destrozado de un lejano concierto de rock. Esos segundos te pueden matar o te pueden salvar de la siguiente bomba».

Balcanes

«Kosovo nos dio una nueva crónica de la deportación ante la inoperancia de la comunidad internacional y, muy especialmente, ante el cinismo de los responsables políticos y diplomáticos europeos, incapaces de detener el terror en los Balcanes. Podríamos aplicarles a la mayoría de ellos el sarcasmo del escritor Jean Cocteau: Lo malo de nuestro tiempo no es la estupidez, pues siempre la ha habido; lo malo es que la hoy la estupidez piensa«.

La desintegración de Yugoslavia marca un punto de inflexión decisivo en la trayectoria de Gervasio Sánchez. En 1991, con 32 años, y después de pasar 17 veranos trabajando de camarero para financiarse sus proyectos, puede finalmente empezar a vivir de sus reportajes. En septiembre de ese año se traslada a Croacia, para cubrir la guerra serbo-croata y, poco después, en 1992, viaja a Bosnia-Herzegovina para documentar el sitio de Sarajevo. Allí obtiene imágenes en color de gran impacto sobre la violencia a la que es sometida la población civil, que conjuga con un seguimiento más intimista de la vida diaria en la retaguardia en blanco y negro. Del asedio a la capital bosnia nace su primer libro, El cerco de Sarajevo, publicado en 1994, una obra a la que seguirá una docena más.

La relación de Gervasio con los Balcanes se estrecha en 1995, al finalizar la guerra en Bosnia, iniciando un largo seguimiento de algunos de los protagonistas de sus imágenes de guerra, mostrando el efecto de las vidas antipersona y desvelando el drama de los desaparecidos. En 1998, el estallido de la guerra en Kosovo le lleva de nuevo a los Balcanes para cubrir el conflicto armado y la terrible deportación de civiles albanokosovares hacia Albania.

Lo peor en lo peor

«Muchas veces me han preguntado cuál ha sido la situación más horrible que he tenido que documentar. Nunca me ha gustado comparar un conflicto con otro aunque he visto morir a muchas personas en guerras de diferentes continentes y épocas y a menores reconvertidos en asesinos. He visto lo peor del ser humano en muchos lugares, pero he de reconocer que la cumbre del sufrimiento, mi particular corazón de las tinieblas, fue Goma durante el verano de 1994».

En la década de los 90, una buena parte de la trayectoria de Gervasio se centra en África. Allí es testigo de trágicos acontecimientos que desangran impunemente al continente: el genocidio y los estragos del cólera en Ruanda, el penoso éxodo de refugiados hacia Congo, la devastadora hambruna en Sudán, las ejecuciones en las calles de Monrovia, las salvajes mutilaciones en Sierra Leona y el drama de sus niños soldado.

Sierra Leona es el país al que dedicará más tiempo y esfuerzos. Allí documenta la guerra, pero también la llegada de la paz; es testigo de salvajes mutilaciones y del proceso de rehabilitación de aquellos niños militarizados y obligados a matar. 

Vidas minadas

«Nunca imaginé que uno de los proyectos más importantes de toda mi vida profesional empezaría a partir de un encargo de una revista del corazón realizado en septiembre de 1995. Primero fue una llamada telefónica. Después una reunión en un gigantesco despacho en Barcelona. El dueño de un conocido grupo editorial me propuso elegir un país, el que quisiera, y escribir y fotografiar una historia de un niño mutilado por una mina. Elegí Angola porque acababa de sufrir su enésima escalada bélica y se hablaba un idioma cercano al español. Después de viajar a diferentes ciudades angoleñas, encontré la historia que me interesaba en Kuito, una ciudad que había sufrido un cerco tan salvaje como el de Sarajevo del que nadie había informado. Aquel viaje a Angola fue decisivo para dar un cambio radical a mi manera de plantearme el periodismo. Llevaba más de una década cubriendo conflictos armados al ritmo impuesto por la ruleta mediática. Una guerra aparecía y desaparecía de las portadas por arte de magia o simplemente porque la prensa española y la europea iban casi siempre a remolque de la estadounidense. Me parecía que los periodistas éramos utilizados por una maquinaria infernal que producía dramas que sólo se contaban (muchas veces superficialmente) mientras duraba el primer impacto televisivo».

En África, en 1995, nace Vidas minadas, uno de los grandes proyectos documentales de Gervasio, una trilogía de gran valor histórico sobre los efectos de las minas antipersona en diferentes países del mundo. En este bloque, realizado íntegramente en blanco y negro, se muestran numerosos aspectos relacionados con el drama de las minas: desde los accidentes fortuitos en el campo, hasta los procesos de rehabilitación de las víctimas, pasando por la diversidad de prótesis y la vida cotidiana de los amputados. Particular interés despiertan las historias de tres jóvenes víctimas a las que el fotógrafo ha hecho un riguroso seguimiento a lo largo de los años: la del camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la mozambiqueña Sofia Elface Fumo.

Desaparecidos

«Durante la realización de Desaparecidos me he tropezado muchas veces con personas que se oponen a las exhumaciones. Sus declaraciones o puntos de vista casi siempre van aliñados con excusas inaceptables: «Es muy caro exhumar o identificar»; «Es mejor no revolver el pasado»; «Todos fueron igual de culpables». Siempre he creído que un conflicto armado finaliza cuando se superan sus consecuencias».

«El drama de los desaparecidos es el más brutal de una guerra. Buscando los restos de las víctimas se puede paliar el dolor de los familiares y dignificar la historia de un país para evitar que se vuelvan a cometer los mismos errores. No importa el tiempo que pase. Es de cobardes silenciar el pasado por muy violento que haya sido o corromper la historia para que las nuevas generaciones la puedan digerir mejor».

Acaso Desaparecidos sea el proyecto documental más relevante de Gervasio Sánchez, según reconoce el propio autor, y el más complejo, dada la imposibilidad de visualizar a las víctimas desaparecidas. El drama de la desaparición forzosa atraviesa toda su vida profesional, desde que se topó con él en Guatemala, en 1984. Entre 1998 y 2010 dedica enormes esfuerzos a documentar el drama de los desaparecidos, en diez países de tres continentes, incluida España, un país en el que el autor nunca había trabajado anteriormente.

El todo y la parte 

Antología, una exposición que recorre toda la trayectoria de un autor excepcional que lo ha sufrido en carne propia. En ocasiones, en la crudeza de los bombardeos escuchaba una cinta en la que había grabado los balbuceos y las sonrisas de su hijo cuando era bebé, «aquellos susurros tapaban la salvaje desolación de las bombas», cuenta quien no sabe señalar sus imágenes favoritas:

«Cuando me preguntan por mis fotografías preferidas suelo contestar con evasivas porque no tengo una respuesta clara. Sé que imágenes han tenido una mayor trayectoria y cuales forman parte de colecciones o museos. Pero también sé que esas fotografías más destacadas no hubieran existido sin el resto. La parte nunca está por encima del todo en la fotografía».