Esta genealogía abarca desde los primeros objetos creados a mediados de los sesenta hasta su última escultura, en la que el artista trabajó tres años antes de fallecer.
La cronología arranca con las primeras composiciones objetuales de los años sesenta y setenta. En esta serie nos sumergimos en la imaginación creadora a través de objetos sencillos como sillas, platos, periódicos o ropas, que conforman una suerte de collage, antecedente reconocido de la obra de Tàpies.
Trabajos con el metal
Pronto nos trasladamos a 1986 con la gran zapatilla que creó en ese año, entrando en contacto con la tierra chamoteada, mezcla de arcilla y cerámica con la que el artista dio forma a sus esculturas desde los ochenta.
La tierra deja paso al bronce en la siguiente etapa de Tàpies, quien realizó en 1987 La Butaca, una de sus primeras incursiones en el trabajo del metal para la creación de esculturas. La cotidianidad seguía entonces enmarcada en el corazón de su obra.
Su adolescencia entre guerras le llevó a tomar como motivos principales muros, puertas y celdas. Sería en los años noventa cuando recuperaría estas formas y las introduciría en sus nuevas creaciones.
Vuelta al collage
A raíz del León de Oro con el que fue galardonado en la Bienal de Venecia [1] de 1993, Tàpies renovó el impulso creativo que le transmitía el collage y los ensamblajes de objetos. Las cruces, símbolos que poblaban sus obras, volvieron a tener para él la importancia que habían tenido en el pasado.
Hasta el 19 de enero, quienes se acerquen al Museo Guggenheim Bilbao podrán pararse a descubrir el magnífico discurso silencioso de este desaparecido genio que, como le gustaba citar a Shin-Tao, hablaba con sus manos.