Menorca es como un museo al aire libre que concentra más de 1.500 yacimientos prehistóricos, dos por kilómetro cuadrado. Una selección de estas construcciones optan a formar parte de la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO [1] por su singularidad, monumentalidad e integridad, entre otros criterios.
La exposición, sin embargo, no solo habla de arquitectura, sino que recorre más de 2.000 años de transformaciones y cambios a través de una mirada dual: la vida y la muerte, dos caras de una misma moneda que nunca se han percibido por separado. Las edificaciones son el reflejo para entender quiénes eran y cómo vivían los grupos humanos que habitaron Menorca en la prehistoria, a lo que se dedicaban, cómo se organizaban socialmente…, pero también muestran sus creencias y sus rituales de enterramiento.
Durante las primeras fases de ocupación humana, las arquitecturas para la muerte son más monumentales y, por tanto, más trascendentes. Pero esta relación se irá invirtiendo hasta que las arquitecturas para la vida (residencias, edificios de culto, edificios políticos, almacenes o infraestructuras) adquirirán más relevancia que aquellas para la muerte (tumbas).
Estas construcciones se presentan con objetos cotidianos, unos procedentes de contextos de hábitat y otros en espacios funerarios. Todos ellos complementan el universo de estas sociedades. En el ámbito de la vida, los utensilios hablan de las actividades económicas y de la tecnología que utilizaban, mientras que los ornamentos reflejan aspectos simbólicos o sociales. En el ámbito de la muerte, los objetos que se utilizaron en vida acompañaban a los difuntos al más allá, especialmente aquellos que eran más personales o simbólicos.
Ejemplo único
A través de piezas originales, fotos y material audiovisual, la muestra se adentra por los paisajes arqueológicos de la isla, desde la monumentalidad del Calcolítico hasta las edades de Bronce y Hierro. Presenta 40 yacimientos asociados a la vida espiritualidad y los rituales funerarios de la época. En definitiva, unas arquitecturas que transmiten la gradual complejidad social de estos pueblos a través de sus ritos funerarios, sus sistemas de creencias y el proceso de ocupación del territorio.
Este rico patrimonio menorquín corresponde a la época que, en términos generales, se ha denominado cultura talayótica, cuyo nombre procede de los talayotes, que son las construcciones más destacadas y abundantes de la prehistoria balear. Un ejemplo único de densidad de construcciones, cultural material y testimonios diversos en un territorio reducido del Mediterráneo occidental.
Un conjunto arqueológico de valor universal excepcional por el uso de la técnica constructiva ciclópea, por su autenticidad, exclusividad, originalidad y singularidad en el marco cronológico en el que se desarrolla y que es testimonio único de una sociedad prehistórica mediterránea insular.