Inicialmente se trataba de series de medallas que conmemoraban los principales acontecimientos de un reinado, como puede ser el de Luis XIV de Francia, Federico el Grande de Prusia o Napoleón. Su preparación comportaba el trabajo en equipo de eruditos, artistas y técnicos bajo la atenta mirada del soberano, para el que cada medalla era una secuencia de su vida y en la que se sucedían acontecimientos familiares, éxitos diplomáticos, victorias militares y construcciones de edificios públicos.
En las más destacadas –como la de Luis XIV– se publicaron, además, volúmenes ilustrados con cuidados grabados de las piezas acompañados de las oportunas explicaciones. Este modelo dual –medalla y libro ilustrado– debía permitir al gobernante asegurarse de marcar, tanto frente a sus coetáneos como a la posteridad, los hitos que consideraba que magnificaban la historia de su reinado.
El éxito de la fórmula avivó la rivalidad entre los monarcas y, en este sentido, la aparición de auténticas guerras metálicas como las que enfrentaron a Guillermo de Orange o al archiduque Carlos con el rey Sol. Posteriormente, la pasión por el coleccionismo acabó de propiciar que editores particulares emprendieran series metálicas de diferentes temas o personajes históricos para atender así a una demanda creciente.