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Azorín, un contemporáneo sabio y cercano

Este martes, 12 de diciembre, se celebra a partir de las 19.00 h el homenaje al autor en la BNE. De Cuenca y Payá recordarán la figura y la obra del destacado novelista, articulista, ensayista y dramaturgo de la Generación del 98.

Además, este mismo día se inaugura la muestra José Martínez Ruiz Azorín (1873-1967): Clásico y moderno, que puede verse en la antesala del Salón General de Lectura de la BNE. La exposición presenta un recorrido por el vasto legado del escritor que, a lo largo de su casi centenaria vida, plasmó una visión melancólica de un mundo que siempre pareció observar desde la distancia.

A través de una escritura de apariencia sencilla pero laboriosamente elaborada, José Martínez Ruiz quiso hacer brillar el castellano en su más esplendorosa riqueza. Cronista de la Generación del 98, su figura le convirtió en un clásico intocable, pero quien se acerque a su obra sin prejuicios descubrirá a un contemporáneo que habla con sabiduría y cercanía.

“El estilo no es nada. El estilo es escribir de tal manera que quien lo lea piense: esto lo hago yo. Y que, sin embargo, no pueda hacer eso tan sencillo –quien así lo crea–; y que eso que no es nada, sea lo más difícil, lo más trabajoso, lo más complicado”. Nadie ha definido mejor que el propio Azorín su escritura, con unas palabras que muestran su búsqueda incesante de la pureza, una destilación que evita lo superfluo y casi alcanza la abstracción, recuperando el castellano más arcaico para remozarlo hasta darle una nueva vida.

Comienzos

Tras estudiar con los escolapios en Yecla (Murcia), en 1888, José Martínez Ruiz se trasladó a Valencia, donde inició sus estudios de Derecho, que nunca llegó a completar. Su precoz interés por la literatura se hizo público por primera vez en la conferencia que presentó en el Ateneo Literario de Valencia sobre “La crítica literaria en España”. Pronto aparecerían sus primeras obras impresas, Moratín (1893) o Buscapiés (1894), para las que utilizaría seudónimos como Cándido o Ahrrimán, y que hoy en día son tesoros bibliográficos prácticamente imposibles de encontrar.

En 1896 se muda a Madrid, donde se gana la vida precariamente gracias a sus colaboraciones en la prensa (El País), y traba amistad con otros jóvenes literatos, como Valle-Inclán, Baroja o Juan Ramón Jiménez, a quienes más tarde se conocería como la Generación del 98, denominación ideada por el propio Azorín en Clásicos y modernos (1913). Con la publicación de Charivari (1887), una ácida crítica del mundillo literario, su nombre empezará a hacerse conocido. Pese a que su irrupción en los círculos artísticos y periodísticos llegó acompañada de unos postulados radicales, pronto evolucionaría hacia posturas más conservadoras.

En 1902 aparece la que es considerada como su primera novela importante, La voluntad, a la que seguirá un año después Antonio Azorín. Son libros con una fuerte carga autobiográfica en los que se percibe una mirada poética. En 1905 comienza a colaborar en ABC, en el que ya permanecerá hasta el final de sus días, y publica Los pueblos, donde demuestra su maestría en la descripción paisajística. En sus libros cada vez se centra más en ciertos autores tradicionales, con títulos como Al margen de los clásicos (1915). En 1924, con motivo de su ingreso en la RAE, escribe el discurso Una hora de España, uno de sus textos más recordados.

Innovación

Posteriormente seguirá tratando de innovar, aunque siempre dentro de un estilo muy característico. En sus libros anteriores a la Guerra Civil, como Félix Vargas (1928), experimenta con una prosa cada vez más concisa. También practicará el relato corto, caso de Blanco en azul, de 1929, y el teatro, en títulos como Comedia del arte, de 1928, aunque en este género, al que traslada su austeridad exenta de artificio, no tendrá ningún éxito. Tras el inicio de la guerra se exilia en Francia, donde escribe varios libros evocativos sobre el país que se ha visto forzado a abandonar, como Pensando en España, de 1940.

Al volver a Madrid prefirió vivir en un particular aislamiento, refugiado en sus recuerdos y en el estudio de los clásicos más queridos. En 1946 publicó sus Memorias inmemoriales y en años posteriores continuó con su incansable labor como articulista. En sus últimos años regresó a su infancia y publicó algunos libros, como Posdata (1959), dedicados a recuperar algunas de sus vivencias más íntimas.

Azorín, en palabras de Dolores Franco, es el autor de la vida cotidiana, a la que observa con una mirada mortecina, pero repleta de cariño y caridad, y que describe con una suave ternura. Supo fijar una España que venía de muy lejos y que se iba.