En esta muestra, el encaje, tejido tradicional y asociado al lujo exclusivo de las clases más poderosas hasta que se introdujo su mecanización, sirve de ejemplo para mostrar cómo la creatividad de Balenciaga y la tecnología industrial pueden aliarse para reintroducir y ensalzar un material generando otros usos, nuevas aplicaciones e incluso siluetas revolucionarias.
Cristóbal Balenciaga consigue con el encaje, como con ningún otro tejido, conjurar los tres elementos: cuerpo, aire y tela. El modisto reinterpreta este material tradicional, reconquistando para él un lugar de honor en el contexto de la moda contemporánea.
Durante el recorrido expositivo, en el que se exhiben más de 60 piezas de indumentaria, muestras de tejido, imágenes, documentación y recursos didácticos, se hace palpable su profunda sabiduría textil. El modisto, partiendo de la investigación de materiales tradicionales –como los que formaban parte de su colección privada– y colaborando con la industria en la búsqueda de nuevas posibilidades, fue capaz de materializar magistralmente los volúmenes y las siluetas innovadoras que caracterizan sus creaciones.
Desde sus inicios en San Sebastián hasta su consagración en París, el encaje tuvo una presencia constante en sus diferentes modelos. La muestra presenta los primeros años del modisto, que reflejan su inspiración, marcada por su infancia en Guetaria, en 1900, cuando el encaje se utilizaba en abundancia tanto en las prendas de noche como en las de día.
Para toda ocasión
A lo largo de la exposición se ve cómo en toda su trayectoria profesional utilizó este precioso tejido para vestidos, chaquetas, trajes, boleros, abrigos y deshabillés sin distinguir su aplicación en una indumentaria específica ideada para lucirse en un momento concreto del día.
Para los trajes de mañana, el modisto coloca un estrecho encaje bordado en una blusa, mientras que confeccionado con lana mohair, el encaje se convierte en tela para conjuntos semiajustados para la tarde. Para la noche, Balenciaga utiliza siempre chantilly extremadamente fino en diferentes colores.
El modisto completó sus modelos con accesorios de encaje tales como guantes, sombreros, zapatos, echarpes, estolas o mantillas con los que exaltaba con delicadeza y feminidad sus creaciones.
La muestra también revela la originalidad estilística del maestro que contribuyó a la evolución de la moda durante los años 1950-1960. Utilizando el encaje como cualquier otro tejido diseñó vestidos camiseros, baby doll, colonnes y túnicas. Supo ensalzar el efecto de transparencia del encaje, o transformarlo con numerosos bordados. Así creó nuevas siluetas, líneas fluidas y volúmenes sorprendentes que contrastaban con lo establecido.
El color
El color también tiene su importancia en la muestra: El negro, en particular el del encaje de tipo chantilly, permitió a Balenciaga multiplicar los efectos de la transparencia, pero también los tonos vivos como el violeta, el púrpura o el fucsia, o los tonos empolvados tiñeron sus tejidos. Esto hace que el encaje sea objeto de numerosas transformaciones e innovaciones, en unos casos pintando a mano los grandes motivos del encaje marfil en tonos marrones y en otros bordando el encaje blanco con pequeñas cintas llamadas comètes por la casa Lesage.
Para el encaje de sus modelos, Balenciaga hace encargos a las casas Marescot, Brivet, Hurel y Dognin. El modisto aprecia todo tipo de encajes, desde los más gruesos que evocan el encaje duquesa hasta los más finos tipo chantilly. Los motivos evolucionan con las modas y los aplica de manera innovadora.
Bordadores como Lesage, René Begué o Andrée Bosin se convierten en colaboradores del modisto y transforman totalmente esos materiales gracias a técnicas muy diversas. El encaje puede ser perlado, con lentejuelas, adornado con flores de relieve, pintado a mano; en ocasiones estos bordados son tan voluminosos como la lana que evocan al tweed o tan tupidos en los que el soporte de encaje o tul desaparece.
La industria del encaje
La creatividad de Balenciaga se vale de la pujante industria textil del encaje para ensalzar el material. La muestra destaca el importante desarrollo de la industria del encaje mecánico en Calais, Francia, que dio empleo, a principios del siglo XX, a más de 30.000 personas.
Los primeros telares de tul que permitían crear una red unida y sin motivos se realizaron en Inglaterra durante los primeros años del siglo XIX. Estos telares se introdujeron ilegalmente en Francia a partir 1816, siendo Calais y el norte de Francia su principal destino. Uno de los logros tecnológicos residió en la adaptación, en 1834, de un telar tipo Leavers a otro invento: el mecanismo Jacquard, un sistema de cartones perforados utilizados desde el siglo XVIII en la industria de la seda. Dichos cartones, que contenían la información necesaria para los movimientos de la máquina, permitían realizar de manera simultánea los motivos y el fondo.
Hoy en día, en Francia, solamente en las ciudades de Calais y de Caudry se mantienen el saber hacer y la fabricación de este material excepcional gracias a esas máquinas, en ocasiones centenarias.