Muy considerada por Antonio López, Baquedano pertenece a la generación de pintores, como el manchego, Isabel Quintanilla o Alfredo Alcaín, que se formaron en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid en un momento en el que la abstracción dominaba el panorama, y se adentraron por los caminos de la figuración y el realismo. En ocasiones practicando un realismo intimista, en otras de contenido social y a veces atentos al arte pop.
La obra de Baquedano se enfoca en la representación veraz del modelo, como los pequeños bodegones tomados del natural, con gran viveza de color y realizados en dos o tres sesiones, como si las escenas y los frutos hubieran sido fijados en el instante previo a su declive. En los dibujos manifiesta igualmente un excelente dominio de la representación. Utiliza el grafito para conocer de antemano la forma de las figuras, que luego sintetizará en el lienzo con precisión para que el color asuma el resto del trabajo.
El catálogo de la muestra [1] cuenta con una semblanza de Antonio López y un ensayo del artista y crítico Ángel Bados, para el que la pintora fue «dueña de un dibujo limpio y decidido, y de un color deslumbrante. Supo trabajar con rapidez e intensidad en la búsqueda de su propio estilo». De hecho, Baquedano fue evolucionando embebiéndose de las diferentes corrientes de su tiempo, dentro de su interés general por la historia del arte, pero interpretándolas de manera personal, siempre movida por su voluntad de aprender y disfrutar del proceso pictórico más que del resultado final, sin importarle jamás ni el reconocimiento ni la fama.
En 2019, el Museo de Bellas de Artes de Bilbao le dedicó una antológica, exposición que más tarde se pudo ver, enriquecida hasta las 290 obras, en el Museo de Navarra y el Museo Universidad de Navarra [2].
El tamiz de Baquedano
Formada en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza y en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, Isabel Baquedano ganó en 1957 la plaza de profesor de Dibujo y Modelado en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, donde, hasta 1988, desarrolló un importante magisterio insuflando aires de modernidad en sucesivas generaciones de artistas.
Su vida transcurrió entre Pamplona y Madrid, y a comienzos de la década de 1960 se dio a conocer a través de una pintura en la órbita de la figuración realista, en donde se reconoce la huella de Antonio López. Sin perder de vista el arte pop, entonces en boga, incluyó en sus obras un fuerte componente social. Después se movería hacia composiciones con un trasfondo simbólico, y los paisajes urbanos y la realidad cotidiana y autobiográfica darían paso a temas y cromatismos procedentes del mundo clásico o de la historia sagrada, reflejo de su profunda religiosidad.
Toda su trayectoria artística fue una continua búsqueda –sus compañeros de profesión relatan que borraba una y otra vez– de un arte verdadero, realizado con la mayor sobriedad material y conceptual. Tuvo como referentes a pintores del quattrocento como Piero della Francesca, pero también contemporáneos como Edward Hopper, con el que compartía el interés por plasmar la soledad cotidiana. Al mismo tiempo acusó la influencia del contexto español con movimientos como el poscubismo, el informalismo, la nueva figuración, el expresionismo, el realismo social o el arte pop. Baquedano tamiza todo esto en un estilo personal que, a menudo, utiliza el pequeño formato para buscar nuevos caminos en cada pintura.