Comisariada por Lillebit Fadraga, esta muestra reúne medio centenar de obras, en su mayoría de reciente creación, aunque incluye piezas de años anteriores y otras dos series inéditas, así como una selección de sus trabajos más icónicos, en los que reflexiona sobre el concepto de ciudad como espacio simbólico.
La referencia a la arquitectura, el urbanismo, la historia y la propaganda en su país ocupa un espacio destacado en el trabajo de Garaicoa, tanto en el plano formal como en el proceso de investigación y reflexión que desarrolla antes de materializar sus creaciones. En su universo creativo están presentes dibujos de edificios, maquetas, planos, vídeos o fotografías intervenidas.
Incorpora, además, una obra creada expresamente para este proyecto, inspirada en el antiguo hospicio de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, conocido como La Casa del Niño, obra del arquitecto canario Miguel Martín Fernández de la Torre, un magnífico edificio racionalista inaugurado en 1944, declarado Bien de Interés Cultural (BIC), pero que presenta un lamentable estado de deterioro debido al abandono que sufre desde su cierre hace más de tres décadas.
Entre Madrid y La Habana
Carlos Garaicoa estudió Termodinámica y, posteriormente, Pintura en el Instituto Superior de Arte de La Habana entre 1989 y 1994. Desde hace casi dos décadas reside entre Madrid y La Habana. Ha expuesto en museos, ferias de arte y galerías de los cinco continentes. Su obra se ha mostrado en, entre otros muchos lugares, el MoMA de Nueva York, la Documenta de Kassel o las bienales de Venecia y São Paulo.
En su obra, Garaicoa ha desarrollado un diálogo entre el arte y el espacio urbano a través del cual investiga la estructura social de las ciudades en términos de su arquitectura. Utiliza un enfoque multidisciplinario para abordar cuestiones culturales y políticas, especialmente cubanas. De hecho, su temática principal siempre ha sido la ciudad de La Habana.
Jugando con esculturas, dibujos, vídeos y fotografías en torno a la ironía y la desesperanza, el artista ha encontrado en sus instalaciones, para las que utiliza materiales muy diversos, una forma de criticar la arquitectura utópica modernista y el derrumbe de las ideologías del siglo XX.
Una de las creaciones significativas de esta muestra es Línea rota de horizonte (2021), instalación que muestra varios árboles talados y perfectamente alineados que intentan sobrevivir en unos alcorques de cemento, llenos de colillas, como lo que abundan en las ciudades. En este trabajo, al igual que en otras obras, Garaicoa propone «un contrapunto entre las ruinas arquitectónicas, siempre presentes en su trabajo, y las ruinas de la naturaleza», apunta Fadraga.
En la instalación que da título a la exposición, Toda utopía pasa por la barriga (2024), el artista muestra sobre una gran mesa más de 80 tarros de cristal llenos de alimentos, hierbas, piedras, troncos u objetos como maquetas, en los que habla de las ciudades distópicas, de materias primas como subsistencia en las ciudades, del aislamiento individual… Un trabajo que puede considerarse como una inquietante metáfora sobre el colapso en el que se vive en la mayoría de las urbes contemporáneas.
Esta muestra se enmarca en las revisiones que el CAAM lleva realizando desde su fundación sobre la obra de figuras fundamentales del arte contemporáneo en América Latina y el Caribe, una región con estrechos lazos culturales con el archipiélago canario. Esta, en concreto, ha sido coproducida por Es Baluard Museu d’Art Contemporani de Palma, adonde viajará tras su paso por la capital grancanaria.
Modelo de coexistencia
Por Lillebit Fadraga, comisaria
La arquitectura, con la ruina como agravante y leitmotiv, ha sido el eje conductor de la poética de Carlos Garaicoa desde hace ya treinta años. No obstante, esta exposición ha permitido reunir obras que, si bien no exclusivamente, al menos de manera constante, remiten a una preocupación por nuestro lugar en el orden natural.
La pandemia y su encierro trajo también para el artista un momento de introspección, una vuelta al dibujo y a obras en las que los elementos de la naturaleza se hacían más obvios y recurrentes. La atención se ha ido desviando, de los usuales elementos arquitectónicos, hacia la vegetación, representada en la imagen del árbol que crece y a la vez dinamita con sus raíces un edificio ya maltrecho.
Detrás de toda ciudad contemporánea hay un pasado —y un presente— de violencia, de atropello, de usurpación, que va más allá de las personas y que afecta a los animales desplazados y a las plantas arrasadas, se extiende al aire contaminado, a los recursos sobreexplotados. En las últimas décadas hemos ido tomando consciencia, insuficientemente aún desde luego, del catastrófico impacto de nuestro consumo desenfrenado, o lo que viene a ser lo mismo, de nuestra vida en la Tierra.
Se impone encontrar el modelo de coexistencia armoniosa entre el ser humano y la naturaleza, ya que, en los últimos dos siglos, nos hemos ido autoexcluyendo de formar parte de este concepto unificador por antonomasia. Naturaleza somos, actuemos como actuemos. No obstante, habría que encontrar un equilibrio entre estos seres humanos disidentes y el resto; entre ese mundo de la arquitectura protofuturista que tanto admiramos y la jungla.
Desde un microscópico virus hasta el final de la cadena alimenticia, la resistencia natural es un mecanismo de defensa extremadamente eficiente. Solo así se logra sobrevivir al bombardeo de antibióticos o al totalitarismo. El artista cubano-español Carlos Garaicoa comprende y capta estas señales con absoluta fidelidad. Adaptación y reclamo físico e intelectual, a partes iguales, constituyen la única fórmula posible.