Concebida por el Museo Patio Herreriano de Valladolid y el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo –de hecho sus directores son sus comisarios, Javier Hontoria y Juan Antonio Álvarez Reyes, y ya pasó por ambos museos–, Laffón presenta en La sal una mirada atenta a las salinas de Bonanza, en Sanlúcar de Barrameda. La desembocadura del Guadalquivir, entre Cádiz y Huelva, y con el Coto de Doñana como motivo y testigo privilegiado del hecho pictórico, es el lugar desde el que la artista viene desplegando su pintura más suelta, libre y ambiciosa.
Algunas de las obras están realizadas en concentrados tonos grises y otras en encendidos tonos azules. Todas ellas revelan un interés por el trabajo en serie y se centran en el estudio detenido de unos lugares, las salinas, que tal vez no sean el motivo más habitual en la tradición de la pintura de paisaje.
Toda obra de Laffón requiere una mirada lenta. Obras que no se asimilan de un solo vistazo y que hay que recorrer como espacios de amplitud desconocida en los que el elenco de matices es extraordinario. Tienen, en apariencia, una paleta reducida, pero una mirada pausada permite comprobar una riqueza cromática tan asombrosa como la trama de texturas en la que se enreda la pintura. Porque el espacio pictórico está gobernado por grandes montículos de sal, protagonistas de la serie, pero hay en estas pinturas una tensión entre imagen y materia que provoca en ocasiones que aquella se pliegue a ésta. Las salinas se encuentran en el espacio que media entre el primer plano y el fondo, entre lo terroso y lo etéreo, entre lo sólido y lo líquido.
Las montañas de sal tienen una presencia rotunda pero no eluden cierto aspecto evanescente, casi espectral. Y además de las salinas, otro grupo de pinturas radicalmente diferente en su tratamiento del color, obras que comparten la misma intensidad lumínica y una composición articulada en torno a una férrea línea del horizonte. La muestra presenta también un importante conjunto de bajorrelieves en torno al mismo motivo, realizados en fechas recientes, que revelan de nuevo un interés por la línea del horizonte.
Sevilla y Sanlúcar
Carmen Laffón tuvo una vida diferente desde su niñez. Sus padres, que se habían conocido en la Residencia de Estudiantes, deciden no llevarla al colegio. Su educación se lleva a cabo en su casa. Sus inicios en la pintura tienen lugar a los 12 años de la mano del pintor Manuel González Santos, amigo de la familia y antiguo profesor de dibujo de su padre, por cuya indicación ingresa en la Escuela de Bellas Artes de Sevilla a los 15 años de edad.
Tras cursar estudios en esta institución durante tres años se traslada a Madrid, en cuya Escuela de Bellas Artes finaliza su carrera. En ese mismo año, 1954, hace su viaje de fin de estudios a París, donde queda especialmente impresionada por la obra de Marc Chagall. Al año siguiente realiza una estancia de estudios en Roma. A su regreso a Sevilla, en 1956, continúa pintando en la casa de verano familiar de Sanlúcar de Barrameda, en La Jara, frente al Coto de Doñana, que acabará siendo el lugar central de su actividad artística. Allí tiene actualmente su estudio, y Doñana y su paisaje se han convertido en principal protagonista de su pintura: «El Guadalquivir es el río de Sevilla, mi ciudad de nacimiento, que me lleva a Sanlúcar de Barrameda, mi otra ciudad, donde comencé a pintar y a soñar».
En 1998 fue nombrada académica de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. En enero de 2000 pronunció su discurso de ingreso, titulado Visión de un paisaje [1], que versó sobre su relación con Sanlúcar y el Coto.