La muestra, organizada en colaboración con el Instituto Moreira Salles (IMS, Brasil), también incluye dibujos realizados por integrantes del pueblo yanomami, así como libros, proyecciones audiovisuales y documentos que exploran la extraordinaria contribución de la artista al medio. Con un estilo que combina una mirada íntima hacia los sujetos representados con una aproximación experimental que conjuga arte y compromiso, Andujar ha transformado la protección y defensa de esta etnia en una misión de vida.
Nacida en Neuchâtel (Suiza) en 1931, Andujar creció en Transilvania, de donde huyó con su madre durante la Shoah. Su padre y su familia paterna fueron asesinados en los campos de concentración. Andujar vivió en Suiza y en Estados Unidos, y en 1955 se instaló definitivamente en Brasil, donde encontró en la fotografía una forma de acercarse a los demás y descubrir su nuevo país.
En la década de 1960 se embarcó en la serie Famílias brasileiras, un proyecto en el que, a lo largo varios meses, convivió con familias de diversos estratos sociales. Son años, también, en los que fotografía a algunos de los colectivos más vulnerables de la sociedad, como toxicómanos y prostitutas.
En 1971, mientras trabajaba en un artículo sobre la Amazonia para la revista Realidade, la artista supo de la existencia de los yanomami. Fascinada por la cultura de esta aislada comunidad viajó hasta la región del río Catrimani buscando involucrarse de forma más profunda en su trabajo fotográfico. Andujar fue acogida por los indígenas. Sus imágenes de este período muestran un estilo de vida tradicional en el que las mujeres recolectan fruta mientras los hombres cazan. Fotografía el yano, la casa comunitaria que agrupa a múltiples familias bajo el mismo techo, así como los ritos funerarios e intercomunitarios llamados reahu, que pueden durar varios días o semanas, dependiendo de la importancia del fallecido y del ofertorio de comida.
Andujar experimenta con distintas técnicas fotográficas: aplica vaselina al objetivo de la cámara, utiliza película infrarroja, alarga los tiempos de exposición y superpone tomas para otorgar sensación de movimiento a las imágenes. Las escenas cotidianas se representan de forma que parecen trascender la realidad: los rayos de luz irrumpen a través del aire, y el humo que rodea a un joven reclinado en una hamaca le da la apariencia de un chamán. Busca hacer visible un mundo invisible, como si la fotografía pudiera ofrecer una exploración metafísica de la visión del mundo de los yanomami.