La diversidad de técnicas y registros creativos en las casi trescientas obras que componen la exposición -muchas expuestas por primera vez- permiten mostrar la gran variedad de respuestas de los artistas al reto de representar las transformaciones de la sociedad de su tiempo en aspectos hasta entonces apenas tratados, como el trabajo, la educación, la enfermedad, la prostitución, la emigración (en la última década del XIX emigraron a América, principalmente a Cuba y Argentina, 400.000 españoles), la pobreza o las reivindicaciones obreras.
En cuanto a los porqués de esta muestra, Javier Barón recuerda que «se trata de una manifestación artística que no ha sido abordada monográficamente ni en estudios académicos ni expositivamente de un modo autónomo. Además, el Prado conserva una gran parte de las mejores pinturas de esta temática, puesto que eran obras que habían triunfado en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes y que habían sido adquiridas por el Estado para el Museo y, por último, la reducida presencia, por razones de espacio, de estas obras en su exposición permanente, que durante muchos años se limitó a Sorolla (¡Aún dicen que el pescado es caro!, 1894) y hoy incluye tres obras más. Realmente esto era la punta de un iceberg. Era necesario profundizar y dar cuenta de toda la riqueza que encerraba este conjunto de obras insuficientemente conocidas».
Calado social
Para Miguel Falomir, director del Prado, «hay una serie de claves de esta exposición que la hacen particularmente atractiva y que tienen que ver con esa conjunción de arte y sociedad a la que alude su título y que se plasma en dos aspectos: por un lado, en la temática de las obras, pero también en el sentido de un arte social, un arte que tenía una presencia en la sociedad como ahora no podemos hacernos una idea. Estamos en un momento previo a que el arte vaya poco a poco haciéndose un producto de autoconsumo para especialistas, profesionales, coleccionistas… Evidentemente, los artistas que hicieron las obras incluidas en esta muestra tenían que presentarlas a la crítica, pero eran obras que tenían inmediatamente calado en el público y, de hecho, muchas de ellas fueron objeto de debates en la prensa, en la sociedad… Mucho de eso se ha perdido con un arte mucho más endogámico, más encerrado en los circuitos, que es uno de los rasgos que tomará a lo largo del siglo XX».
Por otro lado, Falomir considera que ofrece «la oportunidad de repensar cómo nos han contado la historia. Cuando uno mira hacia el pasado tiende a simplificar las cosas, a hacerlas más homogéneas de lo que en realidad fueron. Así, nos han enseñado la Historia del Arte como una sucesión ininterrumpida de estilos, que se suceden unos a otros, y esta exposición permite, en un arco cronológico muy reducido, de apenas 25 años, y con una temática que es verdad que tiene múltiples variantes, pero no deja de ser pintura social, darse cuenta de la extraordinaria vitalidad y heterogeneidad del panorama artístico español en el quicio de los siglos XIX y XX, y ver como algunos de los grandes artistas españoles, y estoy pensando en nombres como Sorolla, Picasso, Solana o Gris, dieron sus primeros pasos dentro de la pintura social».
Modernización
Entre los gobiernos liberales de 1885 y 1910 en España se produjeron transformaciones decisivas para la modernización del país, a semejanza de lo que ocurrió en el resto de Europa. Los artistas dejaron de tratar asuntos históricos para abordar la vida del momento, de modo que sus obras se convirtieron en testimonios elocuentes de aquellos cambios.
Influidos por la fotografía, los pintores buscaron la objetividad en la representación, adoptando un estilo naturalista, similar al que había triunfado en Francia y en otros países, pero con una identidad especial en algunas obras gracias al estudio y a la reivindicación de Velázquez como referencia de prestigio. Muchas de ellas se presentaron a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, donde una parte importante fue adquirida por el Estado. Por ello, el Prado conserva el conjunto más importante de pintura social española. Veinte entre esos cuadros, la mayoría de grandes dimensiones, constituyen el núcleo de la muestra.
Junto a la pintura también se incluyen la escultura y las artes gráficas, así como la fotografía y el cine, que tuvieron el papel más destacado en la configuración de la imagen de la época. Los asuntos elegidos para articular las secciones abarcan diferentes aspectos de la vida contemporánea, incluidos aquellos que, por su carencia de belleza, su supuesta falta de decoro, su aparente trivialidad o su pretendida ausencia de interés, apenas habían sido considerados antes.
Entre ellos, el trabajo industrial y el de la mujer, la educación, la enfermedad y la medicina, los accidentes laborales, la prostitución, la emigración, la pobreza y la marginación étnica y social, el colonialismo, las huelgas, el anarquismo y las reivindicaciones obreras. Otros temas que, en cambio, tenían una larga tradición, como el trabajo en el campo y en el mar, la religión y la muerte, aparecieron vistos bajo un prisma nuevo, por lo que también forman parte de la selección.
Diversidad
En la muestra se analizan la diversidad de interpretaciones de todos esos temas, la interrelación entre las distintas técnicas, como la fotografía, la ilustración y la pintura, y la crisis del sistema de representación naturalista tras el triunfo de sus autores más destacados, como los hermanos Luis y José Jiménez Aranda, Vicente Cutanda, Joaquín Sorolla, Santiago Rusiñol y Ramon Casas.
El periodo de eclosión del primer arte social estuvo comprendido entre las Exposiciones Universales de París de 1889 y 1900, en las que dos pintores españoles, Luis Jiménez Aranda y Joaquín Sorolla, respectivamente, recibieron la medalla de honor. Aunque continuaron cultivándose por otros artistas hasta 1910, las propuestas del naturalismo fueron sustituidas por otras de índole más expresiva. De modo simultáneo declinó la influencia de Velázquez, progresivamente sustituida por la del Greco entre los artistas renovadores y sensibles, además, a las transformaciones que se habían producido en Europa.
El primer ejemplo importante, y el más temprano, fue Darío de Regoyos y, después de 1900, Francisco Iturrino, Ricardo Baroja, Hermen Anglada-Camarasa, Isidre Nonell, Evaristo Valle, Joaquim Sunyer, Pablo Gargallo, Pablo Picasso, Juan Gris y José Gutiérrez Solana. También Ignacio Zuloaga y Julio Romero de Torres trabajaron, según planteamientos muy personales, más atentos a ciertos aspectos del arte del pasado, nuevas orientaciones.
El cinematógrafo había llevado al máximo las posibilidades de representación de la vida, de modo que los artistas renunciaron a los grandes formatos y a la objetividad y siguieron una orientación radicalmente moderna, que consideraba la revolución obrada por el postimpresionismo en París. Pintores, escultores y artistas gráficos, entre ellos muchos catalanes y vascos, encontraron allí un cauce apropiado para desarrollar sus propuestas con mayor libertad y al margen de la academia. El hecho de que continuaran tratando los mismos temas que habían abordado los naturalistas permite poner de manifiesto en la exposición la riqueza de las aproximaciones a aquellos asuntos en un corto periodo de tiempo que, por ello, resulta de gran interés.
Aunque el origen de este proyecto expositivo, patrocinado por la Fundación BBVA, está en la relevancia de las colecciones de pintura social del Prado, gracias a la generosidad de casi un centenar de prestadores públicos y privados el visitante podrá admirar obras destacadas de, entre otros artistas, Regoyos, Sorolla, Nonell, Gargallo, Picasso, Gris y Solana.
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