A través de la fotografía, acompañada de textos, González San Agustín [1] invita a rastrear los espíritus de Celine en Sigmaringen, Heidegger en Meekrich, Einstein en Ulm, Kepler en Ratisbona, Lukacs en Budapest y Canetti en Bulgaria, en un intento de apropiación de los paisajes físicos y humanos, de los símbolos, las huellas, los rastros.
Las lindes del río se alojan en países sumidos en una crisis económica y cultural, que contienen, tanto heridas sin cicatrizar, como jóvenes sumergidos en sus teléfonos móviles: memoria histórica que convive con los nuevos hábitos de consumo. El fin del río, metáfora de la muerte o el eterno renacimiento, simboliza en este delta su estado incontrolable y difícil de domesticar, algo que ocurre igualmente con la historia.
Danubio según su autor
«Durante el verano de 2012 viajamos siguiendo el curso del Danubio desde su nacimiento hasta Budapest, con algunas incursiones algo alejadas de su cauce como fue el caso de Praga. El origen del viaje fue un regalo que me hizo Ana hace ya algunos años, el maravilloso libro de Claudio Magris El Danubio. Sumergirse en su lectura es una experiencia única e inagotable que no solo ensancha la visión histórica de una manera decisiva sino que también propicia un irrefrenable deseo de estar ‘allí’. Y nos pone de manifiesto el contraste entre la riqueza cultural en la que ahonda (para lo bueno pero también bajo la que se han cometido enormes masacres) y su profundo desconocimiento por estas latitudes».