La adoración de la dama celestial y la turba fanática prendiendo en la hoguera a una mujer acusada de brujería constituyen los extremos de la representación medieval de lo femenino que unifica este programa doble. No escasean las conexiones entre ambas obras, pues aún cuando las dos reniegan del título de «ópera» –una cantata simbolista en el caso de Debussy y un oratorio dramático en el de Honegger–, fueron compuestas teniendo a Wagner en mente.
Por un lado, un joven Debussy capaz de tocar al piano de memoria Tristan und Isolde antes de renegar del hechizo del «viejo mago» en Pelléas et Mélisande. Por otro, un Honegger en la cúspide de su carrera, fascinado –a la vez que Claudel– por el concepto wagneriano de «obra de arte total», pero dispuesto a alcanzarlo con unos mimbres totalmente nuevos.
Con duraciones y registros dramáticos y musicales contrapuestos y perfectamente complementarios, La damoiselle élue resplandece como una vidriera de Fra Angelico, mientras el colorido modal, los agregados politonales y el timbre fantasmagórico de las ondas Martenot de Jeanne d’Arc au bûcher parecen reflejar su luz en los muros de piedra.
Las dos obras se presentan en el Teatro Real sin pausa, con dramaturgia y puesta en escena de Àlex Ollé [1] (La Fura dels Baus), en un decorado único concebido por Alfons Flores, con figurinismo de Lluc Castells, iluminación de Joachim Klein y Urs Shönebaum y vídeo de Franc Aleu.
En la pira
Creada por encargo de la bailarina, actriz y mecenas franco-ucraniana Ida Rubinstein (1885 – 1960), Juana de Arco en la hoguera se estrenó en versión concierto en 1938. Sin embargo, las atrocidades del nazismo y la ocupación de Francia llevaron a Claudel y Honegger a añadir posteriormente un prólogo que uniera más claramente la tragedia de la Doncella de Orleans en la Guerra de los Cien Años y la brutal expansión alemana en la Segunda Guerra Mundial.
Esta segunda versión, con prólogo y 11 escenas, estrenada en 1946, es la que se ofrece en el Teatro Real. En ella, Juana (Marion Cotillard), ya en la pira, recuerda desordenadamente momentos de su vida en un doble salto atrás por el que van desfilando una serie de personajes distorsionados: un juez-cerdo, un fiscal-burro, un jurado de ovejas, una masa ruidosa de hombres bestializados, pero también la virgen, santas y niños.
Esta es la segunda vez que la actriz francesa, ganadora en 2007 del Óscar a la mejor actriz por su trabajo en La vida en rosa, interpreta a este personaje histórico del que destaca su «convicción muy fuerte y fe profunda, lo que que le da una fuerza inconmensurable». «Cada vez que represento este papel descubro algo nuevo… Es un redescubrimiento del personaje, del ritmo, de la emoción, de la historia. En cada ocasión aprendo algo nuevo de Juana».
La música, con una orquestación original –que incluye dos pianos, tres saxofones, ondas martenot, etc.– se sucede como un mosaico de lenguajes, estilos e influencias que van del canto gregoriano y el contrapunto a las melodías de inspiración folclórica y jazzística, sin rehuir las disonancias, con una escritura coral de gran complejidad y vigor dramático.
Distopía
Ollé concibe la producción como una distopía, con un mundo arrasado por las mismas hordas que devastaron la Europa del siglo XV, el de Juana de Arco, la del XX, la de Claudel y Honegger, y lo siguen haciendo en el XXI: un universo de bestias manipuladoras y de chusmas gregarias del que solo la muerte, la espiritualidad y la fe nos pueden liberar.
Ese plano inmaterial y trascendente, donde habitan la virgen y los santos –representado en el decorado de Alfons Flores por la mitad superior del escenario– es también el reino celestial donde La doncella bienaventurada espera a su amante, que vive aún en el mundo real, para, después de la muerte, unirse a ella en la eternidad del amor. Este universo intangible, de paz y serenidad, es el mismo que le espera a Juana más allá del fuego, uniendo a las dos protagonistas como el díptico de un retablo.
La cantata de Debussy, con reminiscencias de los pasajes más trascendentes y etéreos de Wagner, está protagonizada por la soprano Camilla Tilling, la mezzosoprano Enkelejda Shkosa y un coro de voces femeninas que cantan fragmentos del poema simbolista The Blessed Damozel, de Rossetti, que también pintó el retrato de la heroína (actualmente en el Fogg Art Museum de la Universidad de Harvard).
El final evanescente de La demoiselle élue da paso al tenebroso Prólogo de Juana de Arco en la hoguera, protagonizado por Marion Cotillard, junto al actor Sébastien Dutrieux (Fray Dominique), las sopranos Sylvia Schwartz (La virgen) y Elena Copons (Marguerite), la mezzosoprano Enkelejda Shkoza (Catherine), el tenor Charles Workman (Porcus), el bajo-barítono Torben Jügens (Heraldo), y el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real y los Pequeños Cantores de la JORCAM, bajo la dirección musical de Juanjo Mena [2], que debuta en el foso madrileño.
Juana de Arco en la hoguera se interpretó en el Real, en versión de concierto, en 1971 –protagonizada por Claude Nollier, con el Coro y la Orquesta de RTVE dirigida por Odón Alonso– y en 1978 con la actriz Lilliane Becker en el rol titular, junto a la Orquesta Nacional de España y el Orfeón Pamplonés bajo la dirección de Pedro Pirfano. Llega ahora, por primera vez, con una versión escénica que muestra cómo la barbarie y el fragor de la guerra siguen devastando el gran teatro del mundo.
Las funciones de Juana de Arco en la hoguera y La demoiselle élue cuentan con el patrocinio de la Fundación Banco Santander.