Apoyó primero a pintores como Eugène Delacroix y Gustave Courbet, así como a la llamada Escuela de Barbizon (Camille Corot, Charles-François Daubigny o Jean-François Millet, entre otros), para emprender poco después su empresa más afamada: la promoción de los impresionistas, entre ellos, Claude Monet, Auguste Renoir y Camille Pissarro.

Ya en la última década del siglo XIX se embarcó en una nueva (y menos conocida) aventura: dar apoyo y difusión a una nueva generación de pintores, la formada por Albert André, Georges d’Espagnat, Gustave Loiseau, Maxime Maufra y Henry Moret.

Pierre-Auguste Renoir. Paul Durand-Ruel, 1910. Óleo sobre lienzo. 65 x 54 cm. Colección particular. Photo Archives Durand-Ruel. © Durand-Ruel & Cie.

Herederos del impresionismo, estos trabajaron en un contexto artístico agitado y estimulante, en el que convivían las personales propuestas de Van Gogh y Cézanne, la experimentación neoimpresionista de Georges Seurat y Paul Signac o las investigaciones sintetistas de Paul Gauguin. Aunque han sido tradicionalmente catalogados como generación posimpresionista, su obra muestra diversas tendencias, desde la afinidad al impresionismo de los paisajistas Moret, Maufre y Loiseau a la preferencia por las escenas de género, los retratos y la pintura decorativa de D’Espagnat y André.

Hasta el 5 de enero, Fundación MAPFRE le dedica la exposición Paul Durand-Ruel y los últimos destellos del impresionismo, que quiere, por un lado, dar a conocer la figura de este extraordinario marchante y mecenas; y, por otro, contextualizar y poner en valor la obra de estos cinco artistas posimpresionistas, menos conocidos que algunos de sus contemporáneos, lo que para la comisaria de la muestra, Claire Durand-Ruel Snollaerts, puede deberse tanto al hecho de que el propio marchante no vivió el tiempo suficiente para asegurar su éxito, como a que su trabajo podía parecer menos innovador en un tiempo de efervescencia de las vanguardias.

La muestra, conformada por más de sesenta piezas, muchas de ellas procedentes de colecciones particulares y nunca antes expuestas, comienza con una introducción a la figura del marchante y sus innovadores métodos de trabajo, al tiempo que arroja luz sobre su relación profesional y personal con los cinco pintores protagonistas.

El recorrido continúa con una sección por cada uno de estos artistas, en las que se repasa su trayectoria individual y se subrayan sus temas predilectos: de Loiseau, los efectos atmosféricos sobre las riberas del Sena y sus afluentes; de Maufra, las marinas y los acantilados, de fuerza singular; de Moret, las composiciones inspiradas en la sencillez de la vida bretona; de André, la pintura de carácter decorativo de ascendencia nabi, y de D’Espagnat, el intimismo y la intensidad de color que desprenden sus telas.

Esta exposición ha sido organizada por Fundación MAPFRE con la colaboración de ACPA: Advising. Curating. Producing. Art.


No se pierda las otras dos exposiciones que se están celebrando en estos momentos en la sede madrileña de Fundación MAPFRE y que también concluyen el 5 de enero:

Weegee. Autopsia del espectáculo

31 mujeres. Una exposición de Peggy Guggenheim

Maravilloso museo

«Paul Durand-Ruel formó el más maravilloso museo de pintura contemporánea que existe en Francia»

(Gustave Geffroy)

Hasta bien avanzado el siglo XIX, el principal escaparate para la promoción de los artistas en Francia era el Salón de París, una gran exposición en la que un jurado de formación académica era el responsable de aceptar las obras que se exhibirían y que, por tanto, respondían al gusto oficial. Esto hacía que muchos creadores se vieran excluidos del mercado artístico.

La creciente presencia de galerías y marchantes a partir de la década de 1870 cambió por completo las reglas del juego, y Paul Durand-Ruel contribuyó de modo fundamental a ello. Visionario y audaz, creó métodos de trabajo muy innovadores en su momento. El marchante obtenía la exclusiva sobre el trabajo de los artistas, compraba en bloque su producción, mensualizaba sus ingresos, y les daba su apoyo en las subastas y a través de la organización de exposiciones individuales y colectivas en sus galerías de París y Nueva York, y en otras sedes europeas y estadounidenses.

Durand-Ruel tardó muy poco en entender los mecanismos del mercado y la importancia de las relaciones personales con los artistas, que alimentaba con visitas a sus estudios. Esto le permitía aconsejarles sobre los temas a desarrollar en sus obras, las técnicas o la manera de gestionar sus carreras. En su trato con la generación de los postimpresionistas, el marchante siguió los mismos métodos que había establecido con las dos anteriores, basados siempre en la confianza mutua.

Así, no mediaba contrato escrito entre ambas partes. Durand-Ruel facilitaba la vida cotidiana de los creadores a través de una cuenta corriente que les permitía pagar facturas varias: compras de material, pago de los alquileres y desplazamientos y cargos de todo tipo. Tras su fallecimiento en 1922 las siguientes generaciones de la familia mantuvieron este compromiso hasta el cierre de la última de las galerías, la de París, en 1974.