16 son las acuarelas que configuran hasta el 12 de marzo esa mirada del último Gruber. Entre referentes, citas y coherencia, la muestra revela y certifica un paso más en el ideario imaginativo y creativo del veterano pintor, a la que se suma su propia confesión definitivamente reveladora. Con motivo de este regreso, el artista ha escrito un texto que, bajo el título El gorrión blanco, ahonda en esa conjunción del pintor y el escritor («soy un pintor que escribe, por este orden», afirma), del dibujo, el trazo y la palabra que configuran su universo más maduro.
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Algo cíclico…
«Hay algo cíclico en el modo de enfrentarme a mis proyectos y a sus resultados. Supongo que inconscientemente tiene que ver con la necesidad del descanso intelectual más que del físico. De todas esas experiencias a lo largo del tiempo se desprenden dos verdades imprescindibles en mi trabajo; valorar la autoestima como necesaria, pero sobre todo ser implacable con la autocrítica. Hace un tiempo rompí en mil pedazos una acuarela de grandes dimensiones con las que había estado luchando un mes. Al observar sentado en una silla aquel montón de trozos de papel amontonados en el suelo me pareció que había hecho el acto más auténtico que se puede exigir a un artista».
(Eduardo Gruber, El gorrión blanco, 2022)