Tras unos inicios surrealistas, a partir de 1954, Tàpies desarrolló su obra con las claves formales del lenguaje informalista y determinada conceptualmente por la filosofía existencialista y el budismo zen. La incorporación de grafismos gestuales, signos de naturaleza diversa y objetos comunes, y la realización, después, de obras tridimensionales enriquecieron su trabajo acercándola al arte povera y las instalaciones.
L’esperit català fue realizada a comienzos de la siguiente década. Es un periodo en el que la obra de Tàpies se convierte en expresión del poder reivindicativo del arte y manifiesta su compromiso político, su lucha por la libertad de expresión y su oposición al régimen franquista.
Estas convicciones se plasman en esta obra de grandes dimensiones a través de la representación sígnica de las cuatro barras rojas de la bandera catalana sobre un denso fondo amarillo cubierto de elementos caligráficos. Palabras y signos se distribuyen por toda la superficie del cuadro, además de manchas rojas que se asemejan a huellas digitales y que actúan como testimonio de una colectividad anónima. La obra, con toda su carga reivindicativa, evoca el poder expresivo de un muro pintado con grafiti, la espontaneidad de una pancarta y la voluntad de un manifiesto.