La obra, basada en la fábula infantil homónima de Aleksandr Pushkin (1799-1837) –que a su vez se inspiró en uno de los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving (1783-1859)– es una sátira amarga sobre la arbitrariedad de los tiranos, los abusos de poder y el conformismo de los sometidos, pero también una autocrítica sarcástica al nacionalismo musical ruso de finales del XIX, que el mismo Rimiski-Kórsakov había contribuido a exaltar con obras brillantes y coloristas inspiradas en el folclore eslavo, como su famosa Scheherazade, o la ópera El zar Saltán con su popular Vuelo del moscardón…
Laurent Pelly, que en el Teatro Real ha dirigido dos divertidas comedias –La hija del regimiento y Hansel y Gretel–, acogidas con entusiasmo por público y crítica, vuelve con el humor ácido de El gallo de oro. Pelly, que firma también el diseño de los figurines, rehúye una lectura moralizante y pintoresca de la ópera, dejando intacto el halo misterioso que subyace en el cuento, sin prescindir de su burla despiadada del perjurio, la mentira y el comportamiento esperpéntico de los déspotas, cuya ceguera ególatra les hace vulnerables a la manipulación.
Ivor Bolton [1] dirige con ésta su novena ópera en el coliseo madrileño, después de los recientes éxitos en sus lecturas hondas y emocionantes de Billy Budd y Rodelinda. Con El gallo de oro, Bolton podrá alumbrar el trasfondo oculto en este cuento macabro, divertido y enigmático, en el que Rimski-Kórsakov, vigilado por los censores zaristas, utilizó todos los recursos expresivos para decir con la música lo que no podía contar con palabras.
En El gallo de oro, última de las 15 óperas que compuso, y estrenada póstumamente en 1909, el gran compositor ruso se despoja de toda la vanidad, utilizando la escritura vocal e instrumental al servicio de la dramaturgia, alternando melodías despampanantes con otras refinadas, armonías rudas y elaboradas, un fraseo de gran aliento con temas sencillos y epigramáticos, pero siempre con la eficacia que le caracteriza en el tratamiento de los colores orquestales.
Dos repartos de igual valía actoral y musical –Dmitry Ulyanov y Alexey Tikhomirov (Zar Dodon); Sergei Skorokhodov y Boris Rudak (Zarévich Gvidon); Alexey Lavrov y Iurii Samoilov (Zarévich Afron); Olesya Petrova y Iurii Samoilov (Amelfa), Alexander Kravets y Barry Banks (Astrólogo), Venera Gimadieva y Nina Minasyan (Zarina de Shemaja); Alexander Vinogradov (Gobernador Polkan), y Sara Blanch (El gallo)– darán voz a los grotescos personajes de esta ópera, con la complicidad del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
Punto de partida
Nikolái Rimski-Kórsakov nunca vería estrenada su última ópera. El retrato del rey Dodón, un haragán déspota empeñado en enviar a su ejército a inútiles conflictos armados, resonó demasiado en un contexto en el que estaba aún muy presente la guerra ruso-japonesa, cuyo resultado había sido desastroso para los rusos, generando una enorme insatisfacción con su gobierno zarista.
La parodia feroz que se escondía detrás de un libreto aparentemente inocente –está basado en una fábula para niños de Alexander Pushkin– no pasó desapercibida al censor, que batalló durante dos años exigiendo cambios a los que el compositor se resistió sin tregua. Finalmente, la ópera se estrenaría en 1909, dos años después de haber sido compuesta.
La partitura, descarada como pocas lo han sido en la historia de la ópera, plantea un estudiadísimo equilibrio entre lo chabacano y lo trivial, donde se da cabida a melodías azucaradas, absurdas coloraturas, sonoridades irreales y una desbordada fantasía. Todos estos elementos, combinados con un simbolismo en ocasiones desconcertante, hacen de esta una obra verdaderamente señera, y la única de las quince que compuso Rimski-Kórsakov que ha logrado establecerse en el repertorio de los teatros más allá de Rusia.
10 claves de El gallo de oro
1. Nikolái Rimski-Kórsakov era miembro del Grupo de los Cinco, junto con Borodin, Mussorgsky, Balakirev y Cui, todos ellos compositores rusos. El Grupo se formó en San Petersburgo, alrededor de 1860, con el propósito de ser fieles al patrimonio musical tradicional; sin embargo este propósito fue interpretado de manera muy personal por cada uno de ellos.
2. Rimski-Kórsakov escribió, entre otras muchas obras, Capricho español (1887) y Scheherezade (1888). Y curiosamente finalizó y reinstrumentó algunas obras de Mussorgsky (Khovantchina y Borís Gudonov, entre otras), de Borodin (El príncipe Ígor), de Dargomijsky (El convidado de piedra) y preparó numerosas partituras de Glinka para su edición.
3. Cuando compuso El gallo de oro, la última de sus 15 óperas, el compositor estaba profundamente afectado por la guerra suicida que Rusia había emprendido contra Japón en 1904 con miles de muertos, por la represión y corrupción del zarismo y por la abortada revolución de 1905 con la masacre del Domingo sangriento.
4. La obra, basada en la fábula homónima de Aleksandr Pushkin (1799-1837) –que a su vez se inspiró en uno de los Cuentos de la Alhambra de Washington Irving (1783-1859)– es una sátira amarga sobre la arbitrariedad de los tiranos, los abusos de poder y el conformismo de los sometidos, pero también una autocrítica sarcástica al nacionalismo musical ruso de finales del XIX.
5. El cuento popular orientalista de Alexandr Pushkin, releído por Nikolái Rimski-Kórsakov y Vladímir Belsky, es un alegato antizarista compuesto a la luz de la indignación por la masacre del Domingo Rojo de 1905.
6. La música de esta ópera contiene algunas de las más bellas ocurrencias de Rimski-Kórsakov, sobre todo el grandioso coro del sol o «himno al sol»; el color oriental, desde sus comienzos una de las cualidades de este compositor, aparece en esta obra de forma resplandeciente. El papel del gallo es sumamente original y la orquestación es soberbia.
7. Para dar voz y alma a esta caricatura del reino de los Romanov, Rimski-Kórsakov se despoja de todo rastro de vanidad, poniendo la escritura vocal e instrumental al servicio de la dramaturgia, alternando melodías sencillas y despampanantes, armonías rudas y elaboradas, frases de gran aliento y temas casi epigramáticos, canciones populares y motivos de soplo wagneriano, pero siempre con la eficacia que caracteriza su genial empleo de los colores orquestales.
8. Rimski-Kórsakov, a pesar de haber estado profundamente involucrado en el estilo nacionalista ruso, comenzó a preocuparse de que los compositores rusos permanecieran ajenos a los logros de Wagner y Verdi, que él percibía como triunfos culturales universales para la humanidad.
9. El gallo de oro fue inicialmente rechazada por la censura rusa, pero se estrenó en Teatro Solodovnikov de Moscú en el otoño de 1909, un año después de la muerte del compositor, y unos dos años después de haber sido compuesta. Fue entonces considerada como apropiada para una gran producción en el Bolshói, y a lo largo de las décadas siguientes se representó en Europa y Estados Unidos.
10. Tras la Revolución de 1917, El gallo de oro fue celebrada durante un tiempo como una ópera «revolucionaria» que merecía la pena escucharse. Un siglo después, mantiene su aguijón político.