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El inclasificable James Lee Byars

‘James Lee Byars. Perfecta es la pregunta’. Foto: ©Luis Domingo.

Comisariada por Vicente Todolí, la muestra está formada por una selección de 17 obras y en su disposición se ha tenido en cuenta el planteamiento metodológico del artista a la hora de abordar el montaje de sus propias exposiciones. En particular, se ha considerado la marcada simetría del Palacio de Velázquez, que pone de relieve la monumentalidad y la simplicidad geométrica de las piezas. Se presentan trabajos de gran formato realizados en materiales como mármol, seda, pan de oro y cristal, que combinan con geometrías mínimas, como prismas, esferas o cilindros, para proponer juegos de referencias entre forma y contenido.

De este modo, la exposición recorre la trayectoria de Lee Byars desde la década de 1980 en adelante, y entre las obras expuestas destacan las esculturas The Golden Tower with Changing Tops (1982), un tótem dorado de casi cuatro metros de altura que recoge las investigaciones del artista en torno a lo inmutable; The Door of Innocence (1986-1989), una escultura de mármol dorado en forma de anillo que simboliza el tránsito y la transformación, y The Tomb of James Lee Byars (1986), donde el artista encapsula metafóricamente en una esfera de arenisca los conceptos intangibles de espiritualidad y pureza, los cuales contrastan con este material poroso y estratificado.

También destaca la instalación Red Angel of Marseille (1993), ubicada en la zona central del Palacio, compuesta por mil esferas de vidrio rojo dispuestas sobre el suelo, que dibuja una figura antropomorfa reducida a su esencia. La connotación angelical sugerida por el título invita a reflexionar sobre los vínculos entre lo material y lo divino.

Perfecta es la pregunta se centra en los principales temas tratados por Byars, como la búsqueda de la perfección, el cuestionamiento plural como material artístico, la duda como planteamiento existencial o la finitud del ser humano. Una invitación a reflexionar sobre el potencial del arte para desencadenar experiencias estéticas especialmente atentas a las entidades físicas y espirituales.

La exposición se completa con algunas piezas anteriores como Self-Portrait (ca. 1959), que permiten apreciar el uso del humor por parte del autor, además de con un espacio con extensa documentación y audiovisuales sobre sus acciones. Recuerda así la desaparecida instalación La esfera de oro que el artista presentó en Granada en 1992, y para cuya inauguración organizó una acción en colaboración con el artista y poeta Miguel Benlloch (Granada, 1954 – Sevilla, 2018). Benlloch desarrolló, a partir del devenir posterior de la obra, su instalación O donde habite el olvido (2000), también presente en esta muestra.

– Las performances históricas del artista serán reactivadas el sábado 29 de junio, siendo realizadas de nuevo por un grupo de performers tras una colaboración entre el Estate del artista, Pirelli HangarBicocca y el Museo Reina Sofía. Entre las piezas que el público podrá ver por primera vez se encuentran Four in a Dress (1967), Breathe (Two in a Hat) (1968); Ten in a Hat (1968); Be Quiet (1980); Your Presence Is the Best Work / A Presence Is the Best Work (1992) y Five Points Make a Man (1994).

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Enigmática figura

Considerado como uno de los artistas más inclasificables del siglo pasado, James Lee Byars logró establecer una original poética basada en un cuestionamiento de todo aquello que sobrepasa los límites de la lógica en una búsqueda de la perfección y la belleza mediante el empleo de las formas más simples. Su obra abarcó la escultura, la instalación, la performance, el dibujo, la palabra o el montaje de sus propias exposiciones, que el artista concebía como instalaciones en sí mismas.

Una de las características que influiría en su trabajo y trayectoria fue su contacto con otras culturas. Entre 1958 y 1967 vivió durante largos periodos en Japón. En la década de los setenta realizó numerosas estancias en Europa, especialmente en Alemania, Bélgica y Suiza. Posteriormente, residió y trabajó en Venecia, donde estuvo establecido casi toda la década de 1980. Esta convivencia con otras culturas se refleja en su obra, en la que combinó un profundo conocimiento del arte y la filosofía occidentales con motivos, conceptos y símbolos de la cultura oriental, como elementos del teatro noh y el budismo zen. El resultado fue una visión única de la realidad a través de un trabajo que gira, bajo una reflexión mística, estética y existencial, en torno a las formas de representación y desmaterialización de la figura humana, así como a las ideas de ciclicidad y perfección.

Según el propio artista, el arte logra transcenderlo todo y requiere transitar conceptos y contextos. La experiencia estética no resulta del mero encuentro de las obras con el espectador, sino que se da en las formas en las que este advierte el sentido de pertenencia de los objetos a un escenario determinado, lo que activa el engranaje preciso para la vivencia de un momento perfecto en el que la belleza nace y se desvanece.

Byars buscó a menudo la implicación del público a través de acciones temporales o intervenciones a gran escala en las que planteaba diferentes preguntas de manera directa o indirecta. Desde su muerte, este aspecto suscita interrogantes sobre las conexiones tanto visuales como simbólicas que se establecían de forma clave entre una obra y la presencia del artista, conocido por sus gestos, rituales e indumentaria.