Coorganizada por la Fundación SGAE, Teatro Buco y Curtidores de Teatro, la obra es un monólogo desesperado de aproximadamente unos 70 minutos. La propia autora asegura que fue concebido como un insulto ininterrumpido, un exceso necesario contra la mediocridad que impregna el actual panorama artístico, pero también es una llamada de atención contra la falta de responsabilidad moral ante las múltiples formas que adoptan el abuso y la desigualdad.
En los tiempos que corren, el decoro y la corrección han reemplazado a la censura, del mismo modo que los hipócritas han usurpado los iconos ideológicos y en lugar de la verdad se prefieren los tópicos, asegura Liddell, que se rebela contra este panorama en el texto Mi relación con la comida. Se trata de un acto de provocación que intenta resolver el conflicto entre el desprestigio de la utopía y la reconstrucción ética.
El teatro de Liddell habla del mundo y de las cosas que le sobran, la autora organiza y expone el discurso de un modo atroz en sus obras. A este respecto, la directora de la lectura dramatizada, Rosario Ruiz, expone, «acometer un monólogo de tal calibre es un compromiso, no solo por la enorme humanidad que destila, sino porque los monólogos sinceros son retos apasionantes en la edad de madurez artística. Hemos abordado este trabajo proponiendo una bufonada de la pobreza… y la cultura”.