En solo diez años de actividad –falleció de manera repentina a los 32 años de edad–, Ishida produjo un formidable corpus de trabajo figurativo, poniendo rostro a la desolación de una sociedad alterada por los despidos masivos y la especulación. Sus pinturas, dibujos y cuadernos son un testimonio del malestar y de la experiencia de la alienación del sujeto contemporáneo.

Poco conocido fuera de Japón, desarrolló un poderoso imaginario repleto de personajes híbridos y máquinas antropomorfas que habla de la soledad, la incomunicación y la profunda crisis de identidad en un mundo que ha convertido a las personas en piezas intercambiables de un complejo engranaje al servicio de la producción y el consumo.

Tetsuya Ishida. Autorretrato de otro reúne una selección de 70 pinturas y dibujos realizados entre 1996 y 2004 representativos de este particular universo estético, en el que el artista denuncia sin tapujos la deshumanización del sujeto sometido a procesos de mecanización y de especialización en un entorno en el que la incertidumbre, el estado de ánimo y el estancamiento de este período oscuro tienen muchos paralelismos con la crisis que desde 2008 afecta a la economía y la política a escala mundial.

Muchas de las piezas presentes en la exposición proceden de Japón, especialmente de museos como el Shizuoka Prefectural Museum of Art, el Hiratsuka Museum of Art y The National Museum of Modern Art, así como del Estate del artista. Se muestran también obras de diversas colecciones particulares de Singapur, Estados Unidos, Hong Kong y Corea y se incluye un conjunto de cuadernos de apuntes, bocetos y escritos que recogen algunas reflexiones del artista.

Híbridos

Los personajes retratados por Ishida, con su característica obsesión por el detalle, son híbridos, máquinas antropomorfas que encarnan el grado extremo de dominación de las tecnologías y la subordinación sin límites a una nueva e inescapable forma de esclavitud que no distingue entre trabajo y consumo.

La imaginería recurrente del cuerpo que se metamorfosea en formas híbridas (insectos, dispositivos tecnológicos, herramientas mecánicas, medios de comunicación y de transporte, etc.) no es sino la metáfora del salary man, el apático trabajador asalariado que ha sucumbido con resignación a sus sueños y esperanzas.

Al mismo tiempo, la presión ejercida por una educación encauzada hacia los imperativos de productividad, competitividad y eficiencia se hace patente también en su trabajo. Así, la escuela como espacio reglado de domesticación y control está también muy presente en la obra de Ishida.

A partir de 1997, su trabajo se tornó más sombrío, al tiempo que la polaridad entre los extremos opuestos (enfermedad/curación, niño/adulto, vida/muerte) hizo su aparición en atmósferas de ensueño. Espacios como los flamantes parques de atracciones de la niñez son transformados en los cuadros en campos de batalla donde el individuo trata de sobrevivir a la presión diaria. La regresión a la niñez como estadio de pre-consciencia es el último reducto, donde la perversión del sistema todavía no lo ha invadido todo.

Por otro lado, el título de la exposición está tomado de una frase del propio artista y alude a la proyección de sí mismo en otros. De hecho, Ishida se identificaba con esos melancólicos personajes inmersos en escenas de alienación: “Intenté reflejarme a mí mismo –mi fragilidad, mi tristeza, mi ansiedad– (…) Me expandí para incluir a los consumidores, los especuladores, los trabajadores y los japoneses. Las figuras del cuadro se expandieron hacia gente que puedo sentir”.