La obra muestra el cauce de un riachuelo que ocupa todo el ala sur del Museo. Un paisaje rocoso construido a base de piedra y agua. Así, el visitante tiene que atravesar varias salas por las que discurre un pequeño curso fluvial, un paisaje duro y en pendiente que simula los que se pueden encontrar en Islandia, Groenlandia o en el norte de Noruega.
Las transiciones entre el interior y el exterior, la cultura y la naturaleza ideada, se convierten en algo líquido y transitorio, así que el avance del visitante por el museo se convierte en un tema central.
Con la transformación de todo el ala sur en este paisaje, Eliasson intenta introducir nuevos patrones de movimiento en el Museo. Los crujidos continuos que se producen al caminar sobre las piedras y las dificultades para mantener en ocasiones el equilibrio obedecen a un deseo de que el público «sienta su cuerpo» y use los sentidos «de otra manera», en palabras del propio artista.