La obra, pintada por encargo de Justino de Neve y legada al Hospital de los Venerables en 1685, fue recuperada en Reino Unido y llegó al Prado para ser sometida a un estudio técnico y una limpieza que ha recuperado la composición concebida por el autor y que permite apreciar los recursos técnicos y estilísticos empleados por él.
El cuadro fue propiedad de De Neve, uno de los patronos más inteligentes del pintor, y sobre el que el Prado, la propia Fundación y la Dulwich Picture Gallery de Londres organizaron hace tres años una exposición.
En su testamento, en 1685, el mecenas legó al Hospital de los Venerables de Sevilla el cuadro, lugar al que volverá tras su estancia en el Prado, poniendo fin al proceso de restitución de esta obra maestra, ya que durante la Guerra de la Independencia, fue robada por el mariscal francés Soult, de cuya colección formó parte hasta 1851. Desde entonces ha permanecido en diferentes colecciones privadas.
«Presentamos el mejor final de uno de los proyectos desarrollados conjuntamente entre el Museo del Prado y la Fundación Focus-Abengoa. Celebramos la recuperación de un tesoro nacional», destaca el director del Museo del Prado, Miguel Zugaza.
Por su parte, Anabel Morillo, directora general de la Fundación Focus-Abengoa, afirma que «la restauración de este cuadro nos reúne en el mejor espacio posible para celebrar el regreso de una obra excepcional de la pintura española».
Morillo ha destacado que fue Abengoa quien dio a conocer la obra con una exposición inglesa y que su hallazgo se debe al director actual de la National Gallery de Londres. «Este rescate tiene una carga emocional para los sevillanos, ya que les devuelve parte de su alma y de su identidad artística».
Contexto y recorrido de la obra
Javier Portús, jefe de Departamento de Pintura Española del Prado, destaca algunos datos sobre la obra. En el momento en que Justino de Neve destina la obra al Hospital de los Venerables se da un doble contexto: de mecenazgo y de calidad, ya que, como se pudo comprobar con la exposición celebrada en el Prado sobre la relación entre Justino de Neve y Murillo, son evidentes unos niveles de calidad «extremadamente altos».
Así, el hecho de que De Neve destinara la obra a los Venerables se debe a su relación personal con la institución y al hecho de que San Pedro siempre ha estado relacionado a los hermanos sacerdotes. Durante el siglo XVIII la obra permanece en la Iglesia del Hospital y para ella se crea un altar.
«Después, cuando el mariscal Soult confisca la obra junto con La Inmaculada ambas toman destinos muy diferentes. Así, La Inmaculada es comprada por el Museo del Louvre y se convierte en una de las estrellas del catálogo de Murillo. Es una obra que define su personalidad artística. Sin embargo, San Pedro desaparece de forma virtual en el seno de una familia y deja de integrarse en los circuitos expositivos. Ahora vivimos un renacimiento del cuadro, que vuelve además a su contexto originario».
Portús ha explicado que la instalación de la obra en esta sala sirve, además, para entender lo que significa dentro de la carrera del pintor. De hecho, ha recordado una de las mejores frases que se han dicho sobre ella: «Murillo hizo esta obra a imitación de Ribera, pero superándolo en ternura y suavidad de color», ya que el cuadro tiene como origen una estampa de Ribera que repesenta a San Pedro escuchando la trompeta del juicio final. Así, Murillo se ha adaptado a la estética de Ribera, aunque pertenece a una etapa madura, que tiene que ver con el deseo del pintor de crear un clima emotivo particular (en referencia también a la escala y al tamaño de la obra).
«Está situada en frente a La adoración de los pastores, que demuestra que un mismo punto de partida puede dar obras de estética diferente, ya que esta obra es de las primeras épocas de su carrera y está muy atada al dibujo, mientras que en el cuadro de San Pedro se muestra más él mismo, uno de los pintores de su época que avanzó más en el color».
La restauración
María Álvarez, restauradora del Museo del Prado, ha sido la encargada de la restauración de este San Pedro Penitente y ha confirmado que el cuadro tenía una serie de barnices acumulados que le restaban transparencia y profundidad en el color. «La restauración busca ir más allá. Está enfocada a la recuperación del mensaje del autor, a la recuperación del alma del cuadro». Así, para realizar un trabajo de este tipo, ha confesado que «hay que mirarlo mucho hasta comprender el camino de la mirada, para hacer una lectura eficaz». Además es importante el punto de vista del autor y la luz, encargada de determinar la composición, que puede ser tenue o contrastada.
«Murillo busca una luz ambiental, más amable que la de Ribera, y todo eso es lo que no acababa de verse bien en el cuadro. Estaba muy plano. Le faltaba luminosidad», añade para explicar que estamos ante una composición piramidal. «El libro de la parte de abajo marca la dirección de la mirada del espectador. Este eje nos da a entender el espacio donde acaba la escena. Así, la mirada del espectador termina precisamente en la mirada de San Pedro, un San Pedro afligido, pero redimido. No dramático».
En el cuadro hay dos focos de luz. Un foco externo que ilumina el libro y un poco al personaje, y otro en el fondo, en el paisaje, que marca el ambiente y permite ver muchas tonalidades. El espacio está dividido en cuatro planos y es un juego de espacios que ha conseguido el artista. «Murillo trabaja por capas y en él la pincelada es muy importante. Las capas más claras, por ejemplo, son más compactas».
Álvarez, que también ha sido la encargada de la restauración de otras obras de Murillo, insiste: «Esta restauración ha sido el vehículo para restablecer el mensaje de Murillo».