El escritor irlandés se mete en la piel de tan icónico personaje para narrar a través de un monólogo cargado de poesía todo lo que imagina que sentiría tras la terrible muerte de su hijo. Su María rechaza las instituciones judías y a los seguidores de su hijo, a quienes no termina de entender. Para la María de Tóibín, su hijo no es ningún mesías, ningún ser celestial, ningún dios. El Jesús que ve esta María es simple y llanamente su hijo. A través de los ojos de una madre, de la madre por excelencia, mira el espectador.
Villaronga, experimentado cineasta con títulos como Pa negre y El mar, encara su primer trabajo como director escénico con una propuesta formalmente sencilla pero temáticamente compleja. El único rol de la obra, escrito originalmente para Meryl Streep y encarnado además por Fiona Shaw, recae en este montaje español sobre los hombros de Blanca Portillo, que está embarcada además en su trabajo como directora del montaje de Don Juan Tenorio [1] que ofrece esta temporada la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que llegará a las tablas del madrileño Teatro Pavón en enero.
Personaje inaudito
Tres fueron los textos que escribió Tóibín bajo el título de El testamento de María. Los dos primeros enfocados a las primeras actrices que encarnaron a María, y el tercero en forma de novela [2] que vio la luz en nuestro país este mismo año de la mano de la editorial Lumen. Esta multiplicidad de textos ha permitido a Villaronga jugar con el monólogo que compone la obra para apoyarse no solo en la palabra, sino en la acción que contiene, en la gestualidad que se puede extraer de las páginas de Tóibín.
Una María nunca vista protagoniza la obra. Una madre ultrajada y odiada por los fanáticos de su hijo que, horrorizada ante el sufrimiento que este padece en la cruz, huye del Gólgota antes de que exhale su último aliento, decisión que la llena de remordimientos.
El testamento de María se presenta en la Sala Francisco Nieva del madrileño Teatro Valle-Inclán hasta el 21 de diciembre como una propuesta exenta de religiosidad pero profundamente espiritual, un remolino de recuerdos y sentimientos desgarradores que revelan el rostro apócrifo de un personaje que trasciende las páginas bíblicas.