Sigue Rockabilly mambo y viajamos a los años 50 chascando los dedos una vez, otra, la canción entera. Bailando con el Twanguero ya da la clave absoluta. Estamos sumergidos en un disco de baile, sí, uno de esos pocos donde la voz no importa y donde no se pregunta ni se extraña. Qué mal acostumbrados estamos a no escuchar sólo y completamente la música. Adiós letras, adiós interpretaciones de conceptos. Solo movimiento y abstracción.
El recorrido que Diego García (Valencia, 1976) plantea en su nuevo trabajo, el quinto ya en su larga carrera, aúna el rock and roll norteamericano con la música latinoamericana a propósito de la figura del pachuco, el mexicano emigrante a Los Ángeles en los años 30 y 40, que poseía una identidad única. Así consigue hacer un verdadero trabajo antropológico que cierra su trilogía americana, dedicada primero a Nueva York, con The Brooklyin Session (2011), y luego a Argentina, con Argentina Songbook (2011).
Comenzó a estudiar música en el conservatorio con seis años. Contrasta esa educación formal con el estilo más de calle por el que ha llevado su carrera…
Sí, empecé con un estilo más académico pero enseguida vi que en la calle estaba el arte. En cuanto descubrí lo que daba el rock y las músicas populares, no tanto académicas, me lancé a por eso.
Estudiar te da la disciplina y eso es muy interesante, tanto como para saber que un arte se domina con el tiempo. También con mucho trabajo, mucha puesta en escena y mucho contacto con el público. Es una carrera de por vida. Es verdad que estudiar en el conservatorio te da esa visión, pero a mí me interesan mucho las músicas de raíces. Soy un enamorado del tango, del blues y del jazz, y eso se transmite de forma oral.
«Estamos demasiado pendientes de imitar al último grupo de indie americano»
¿Falta una mayor difusión del folclore en España más allá del flamenco?
Exacto, aquí más allá del flamenco, el folclore se ha olvidado. Estamos, incluido los músicos, muy preocupados por imitar lo que se hace fuera cuando realmente la tradición ibérica es muy potente. No sólo en el flamenco, también en la música clásica, en la popular y en la copla. Veo a las bandas demasiado pendientes de imitar al último grupo de indie americano. Hay que reafirmarse en nuestra raíz, en lo que nosotros propusimos a América y lo que volvió con eso, como los tangos flamencos y la rumba de Cuba. Esa ida y vuelta es una fusión muy interesante.
Por otro lado, es verdad que en América las música de raíces tienen un circuito más amplio. Estados Unidos, por ejemplo, tiene una infraestructura que aunque seas un grupo underground puedes tener un circuito muy grande. Tom Waits, por ejemplo, es “underground” [entre comillas, recalca] en Estados Unidos, no es mainstream como Lady Gaga, sin embargo, tiene su circuito y vende. Eso no ocurre en España, donde de repente se ponen de moda los festivales con grupos indies y todo el mundo va detrás como puede.
Cuando vine a Madrid llegué con la idea de ser artista, lo que soy ahora, pero no me salió y tuve que ganarme la vida acompañando a otros. Entré en ese circuito con Santiago Auserón, con Calamaro, toqué con Fito Páez, con El Cigala y muchos otros. De hecho fui el productor de uno de los álbumes de El Cigala y gané un Grammy con él como productor. Eso es muy interesante para una carrera.
Haber podido tocar con esta gente me permitió, aparte de lo musical, aprender mucho de las decisiones y de cómo llevar una carrera artística. Ahora lo estoy poniendo en práctica. En realidad me dedico a mi propia carrera desde hace relativamente poco. Sólo desde hace dos años. Los discos los fui sacando antes pero no me dedicaba a ello al 100%. Sacaba un disco, hacía la presentación, me iba de gira, y así.
¿Ha pensado dedicarse más a la producción?
Lo estoy haciendo, lo hago continuamente, pero te quita mucha energía. Quizás para cosas en las que dices “vamos a muerte”. Es una salida. Tengo un estudio, un local en Ventas, en el que siempre estoy encerrado haciendo cosas para tele, para una película o una producción, pero estoy más centrado en lo mío.
No me lo tomaba tan en serio hasta que vi que me podía dedicar a ello al 100%. Para lo bueno y para lo malo. Se puede decir que soy un principiante en lo que refiere a dedicarse a mi proyecto.
«No hago música intelectual para estar sentados en un club de jazz»
¿Por qué un disco sólo instrumental?
El anterior es todo música cantada. En este decidimos hacer un disco de música de baile y que, además, fuera internacional porque voy a tocar a Estados Unidos y Canadá. Queríamos que fuera un disco para festivales grandes y que la gente bailara. Me interesaba mucho la abstracción instrumental muy rítmica, muy percusiva.
¿Faltan discos de este tipo?
Creo que sí. Acabo de pasar por Womad y al acabar el concierto, Candy Caramelo, el productor del disco, y yo, dijimos: “Esto es lo que llevamos un año esperando”. 3.000 personas saltando. La voz es un instrumento más para nosotros. No es una propuesta de cantautor, por ejemplo. Es un proyecto donde la abstracción de la música te puede llevar a otro estrato. No hago música intelectual para estar sentados en un club de jazz, aunque también podríamos tocar en él, lo que hago es música para bailar.
¿Cuándo nació El Twanguero?
Es como un cowboy, un viajero que tiene que ver con el sonido twang de la guitarra. Es algo que llevo tatuado hace mucho tiempo [enseña el tatuaje en el antebrazo]. Forma parte de mi ADN. Nació un poco quizás para quitarle la responsabilidad de Diego García, poder viajar, y que si algo sale mal le echen las culpas a él.
«Tenía claro que quería hacer un disco mezclando la música norteamericana y la latina»
El Pachuco, su nuevo disco, confirma una trilogía sobre América sobre la que hay mucho trabajo de investigación de calle, ¿no es así?
Lo de la trilogía no estaba pensado. Estuve muchos años recorriendo América de norte a sur con diferentes artistas. Ahí fui aprendiendo folclore. Es algo que estuve madurando durante muchos años. Luego lo puse en práctica y volví a los lugares solo. Hice un viaje durante cuatro meses por toda América. Desde Chicago a La Patagonia. Luego me quedé a vivir en Buenos Aires un año y de ahí salió el disco anterior dedicado a Argentina. Antes había estado viviendo en Nueva York y de ahí hice el disco sobre Brooklyn.
Luego a mi mujer le salió un trabajo en la Universidad de México y nos fuimos a vivir allí. Es de México donde sale el disco de el Pachuco, ya que también fui mucho a tocar a la zona de Los Ángeles.
Los Pachucos eran mexicanos asentados en Los Ángeles en los años 30 y 40, ¿cómo los describiría?
Los Pachucos eran personajes muy reales. Estaban cargados de elegancia, aunque era una tribu marginal y estilísticamente asociado a la mafia de Chicago. Es un grupo que se movía por la ciudad con actitud altiva y desafiante y con elegantes zapatos bicolor. Al Pachuco le gustaba el boogie, el swing, y el mambo y es él quien dio origen al spanglish.
¿Cómo fue ese proceso de documentación?
Como decía, vivíamos en Coyoacán, enfrente de la casa de Frida Kalho, en el Museo-Casa azul, y ahí empecé a aunar la historia: qué bonitos los murales, los pachucos… En el disco hay incluso una canción, titulada Frida Love Song, dedicada a ella.
Fui a tocar a Los Ángeles y me junté con mexicanos pachucos reales. Me comenzaron a hablar allí de ellos y fui conociendo más sobre su historia. Sin embargo, mucho antes tenía claro que quería hacer un disco mezclando la música norteamericana con la latina. Esa fusión del rockabilly y del surf con congas. La excusa fue el pachuco.
«Pachuco habla del choque entre dos culturas, el norte y el sur»
¿Qué otras características tiene esta música?
Hay una cuestión social en ella. En el disco hay un tema que se llama El Caminante. De Tijuana a San Diego, donde está la frontera, pasan caminando miles de mexicanos. Los estadounidenses no van a ningún sitio sin coche y el que camina suele ser latino. Así, el álbum habla del choque entre esas dos culturas, el norte y el sur, y yo lo veo desde el punto de vista de la música. Mi voz es la guitarra. La estética de los pachucos tiene mucho que ver con lo mío: el rock and roll y el zapato bicolor, por ejemplo.
A esa estética se se unió además la portada del disco…
Sí, en efecto. Dr. Alderete, ilustrador argentino afincado en México, tiene un estilo parecido al cómic y ha hecho portadas también para Calamaro, para Bunbury… Es un poco superhéroe. Me gustó mucho que él se sumara también a esta estética.
¿Qué referentes musicales contiene el álbum?
A mí me interesa mucho el baile de salón o el baile de guateque. El baile como lo conocían nuestros abuelos. Pérez Prado, Xavier Cugat y Tito Puente están muy presentes. Es música, por un lado, para estar tomando un café. Elegante. Por otro, también está la música surf y rock and roll de los años 50. Desde Elvis hasta Dick Dale.
A pesar de que está viviendo un buen momento ha tenido que buscar financiación a través del micromecenazgo…
Sí, cuando tenía el proyecto y no sabía con quién iba a salir aposté por la financiación colectiva. Luego le entregué el disco a Warner y ellos se encargan de la distribución. Lo del crowdfunding es vender el disco antes de que salga. La gente lo compra tres meses antes. Es como un test de si el proyecto va a ser realmente interesante, además de que es una ayuda espectacular. Es difícil hacerlo sin algo así.
«Me muero por hacer una banda sonora by El Twanguero»
Ha colaborado también en la banda sonora de películas, y de hecho, fue nominado por Buried (Enterrado) de Rodrigo Cortés a un Premio Goya, ¿se plantea seguir esa línea?
[2]He dedicado mucho tiempo a ser músico de cine. Antes había participado en El Concursante, la primera película de Cortés. Pero es una carrera que cuesta mucho. Tendría que dedicarle el 100% y parar de hacer esto porque no se puede hacer todo. Pero no lo descarto.
Ahora, con este disco voy a estar en México y Los Ángeles y allí tengo unas reuniones para remover este repertorio para el cine. Otra cosa es ya ofrecerte, hacer lobby…
Quiero hacer una banda sonora. Me muero por hacer una banda sonora by El Twanguero, pero requiere mucho tiempo y que los directores se enteren que estás disponible para hacerla. Ahora me voy de gira hasta febrero y recibir un encargo de 80 tracks para una película supondría estar dos meses en el estudio.
De todos formas no soy un compositor del tipo de Ennio Morricone… Sería más para para películas de Tarantino. Soy popular, callejero.
«Puedo hablar del último disco de Rihanna, pero estoy más identificado con la música de raíces»
¿Qué música suele escuchar?
Pues justo últimamente estoy escuchando mucho a Morricone, Gerry Goldsmith o John Williams porque estoy preparando un poco este viaje a Los Ángeles y quiero llevar unos CD de música mía para cine.
Luego escucho mucha música de raíces. Mucho flamenco, mucho son cubano, tango. Soy muy de este tipo de música. Lo popular. El blues del Delta, de los negros. Estoy al tanto del mainstream y te puedo hablar del último disco de Rihanna, pero estoy más identificado con la música de raíces. Desde pequeño.
¿Después de tanta mezcla de culturas se siente más americano y menos español?
Es verdad que podría decir que soy mexicano o argentino porque estoy muy cerca de la música latina, pero tengo mi identidad española muy marcada, y en la forma de tocar la guitarra también. Trato de defenderla mucho, aunque sí que es verdad que con este proyecto estoy siguiendo un poco la estela de Santana y Ry Cooder, que mezclaron la guitarra norteamericana con los ritmos latinos. Creo que sigo un poco esa línea, con diferencias estilísticas, obviamente. Esas, y que Santana está en otro planeta. Guitarristas eléctricos latinos no hay muchos. Si piensas en guitarristas por un lado se te viene a la cabeza Jimi Hendrix y por otro Paco de Lucía.
¿Qué proyectos tiene?
Tengo varios festivales por España este verano y alguna salida fuera también. El disco tiene mucho recorrido en Latinoamérica, pero estamos haciendo el esfuerzo por difundirlo en Europa, en diferentes festivales. Empezaremos lo gordo, a hacer salas, en septiembre.