En el verano de aquel año, coincidiendo con el cuarenta aniversario del golpe con el que se inició la Guerra Civil, una comisión independiente de declarados antifraquistas organizó su exposición en el edificio central de los Giardini di Castello.
En aquel año, el pabellón español permaneció cerrado porque nuestro país no fue invitado de manera oficial en una explícita declaración de intenciones: nunca más aceptar la participación de estados regidos por sistemas dictatoriales. El presidente de la Bienal, Carlo Ripa de Meana, no quería invitar a la España del régimen, sino a los artistas y críticos que habían construido su discurso frente la dictadura.
La comisión, denominada “de los diez”, se constituiría para dar forma al proyecto. Su cabeza más visible fue Tomás Llorens, pero además incluyó a Antoni Tàpies, Antonio Saura, Oriol Bohigas, Agustín Ibarrola, Valeriano Bozal, los miembros del Equipo Crónica (Manuel Valdés y Rafael Solbes) y Alberto Corazón. Manuel García desempeñaría las funciones de secretario. Los colaboradores se ampliaron con otros nombres: José Miguel Gómez, Inma Julián, Víctor Pérez Escolano y Josep Renau.
La intención era, en palabras de Tomás Llorens, “explicitar cómo el arte español de vanguardia se ha modelado, en su misma constitución interna –y a menudo con características ambigüedades– en el proceso dialéctico de la lucha política y a un nivel mucho más profundo de la lucha de clases en la sociedad española”.
Considerando el papel que desempeñaron Llorens, García y algunos artistas valencianos en el desarrollo de aquella exposición, no es extraño que en la Colección del IVAM se conserven cerca de cuarenta obras de las que se pudieron incluir en la Bienal de 1976, según el listado que aparece en su catálogo.
En esta ocasión reúne 33 obras de su colección de artistas como Pablo Picasso, Joan Miró, Julio González, Josep Renau, Eusebio Sempere, Antoni Tàpies, Antonio Saura, Monjalés, Jordi Teixidor, Equipo Crónica, Eduardo Arroyo o Alberto Corazón que formaron parte de aquella exposición histórica.
La muestra contextualiza ese grupo de obras a través de la revisión de una exposición que se ha convertido en fundamental para comprender la producción artística española durante el siglo pasado y el modo en el que se escribió su relato.
Se completa con tres maquetas de Andreu Alfaro y documentación procedente de los archivos de Josep Renau y Julio González en el IVAM, del Archivio Storico delle Arti Contemporanee de Venecia, de la Fundació Miró de Barcelona, del Museo de Arte Contemporáneo Vicente Aguilera Cern i de Villafamés (MACVAC), de la familia Fernández-Brasso, así como de los artistas Grazia Eminente y Jordi Teixidor, y los críticos de arte Manuel García y Tomás Llorens.
El recorrido de la Galería 3 mantiene el orden que se le dio en la muestra del 76, con las secciones ‘Imágenes de la Guerra Civil’, ‘El Pabellón del 1937’, ‘La derrota y el exilio’, ‘La recuperación de la vanguardia’, ‘Entre testimonio y libertad: 1954-64’, ‘Zonas del realismo: 1959-64’, ‘Arte y compromiso político: 1964-72’, ‘Pintura, crítica, significación: 1967-76’ y «Horstexte», y, a través de las relaciones entre unas piezas y otras, textos y documentación de la época, ofrece la posibilidad de conocer la lectura que de esos fondos concretos del museo se hizo en una muestra que determinó una de las formas de relatar la historia del arte en España producido en las cuatro décadas de dictadura.
Un 18 de julio
La muestra veneciana se inauguró el 18 de julio de 1976 con una propuesta expositiva que pretendía incidir en un aspecto fundamental: desvelar cómo el Régimen había utilizado a la vanguardia artística para dar una falsa idea de modernidad ignorando el contexto en el que se había producido.
Para conseguirlo, el equipo de comisarios propuso una exposición que reivindicaba el papel formativo de la ideología y la experiencia social, sobreexponiendo lo que había quedado silenciado, es decir, las interrelaciones entre la vanguardia y la política.
Además desenterraba y rehabilitaba el concepto de vanguardia, frente al preferido por la oficialidad de «arte moderno», cuya connotación política y contacto con la resistencia de la república española era directo.
La muestra apostaba por mostrar la heterogeneidad de lenguajes artísticos y estaba dividida en las mismas nueve secciones que ésta del IVAM. Desde la dedicada al pabellón español en la Exposición de 1937 y los vanguardistas en el exilio, hasta los planteamientos más recientes vinculados al arte conceptual, pasando por las tendencias próximas al pop y el realismo social, construyendo un nuevo relato de la historia del arte de España durante esas cuatro décadas que, de algún modo, ha determinado el que todavía se asume hoy.
Entre los artistas que formaron parte de la propuesta expositiva se encontraban grandes nombres como Alexander Calder, Pablo Picasso, Julio González, Joan Miró, Antoni Tàpies, Manuel Millares, Eusebio Sempere, Juan Genovés, Estampa Popular, Joan Brossa, Josep Guinovart, Luis Gordillo o Jordi Teixidor.
A esas secciones se unió una instalación consistente en una mesa con tarjetas con nombres de unos comensales que nunca podrían asistir por haber dejado su vida en la guerra o en el exilio, que fue llamada «La mesa de los ausentes», y una pared hecha con travesaños de madera, idea de Bozal y Corazón, que recorría la exposición y en la que cronológicamente se habían colgado imágenes y documentos que contribuían a contextualizar su contenido.
Ese planteamiento de tesis que seleccionaba a un grupo de artistas críticos para articular a partir de ellos la relación entre la vanguardia y la política generó sonadas polémicas e incluso motivó un contraproyecto de Vicente Aguilera Cerni y Moreno Galván, en colaboración con Rafael Alberti.